Amistades líquidas
La encarnizada lucha por la vida ha castigado severamente el vínculo más perdurable, sano y sagrado de las relaciones: la amistad. Al advertir que la conveniencia, el acomodo o el interés personal se sobreponían al nexo entre dos o más personas, Aristóteles aclaró que sin virtud no se puede crear una amistad verdadera. Si con ella la vida establece compromisos emocionales que facilitan las experiencias satisfactorias, generosas y gratificantes, sin ella se corre el riesgo de ceder a la ansiedad, a la incertidumbre, al desamparo y la confusión que desencadenan deseos conflictivos.
La amistad es un eslabón que dota de sentido, esperanza, certidumbre y solidez al resto de las relaciones. Por ella son menos graves las situaciones adversas y sin ella la soledad puede ser insoportable. Lo sabemos quienes hemos cultivado este sentimiento de confianza, libertad, comunidad y aceptación que nos inclina a agradar y a hacer un bien al amigo. Inclusive el amor de pareja exige este lazo que mitiga el miedo a ser rechazado o excluido de la unión voluntaria. Aunque cargado de riesgos, el amigo busca y encuentra el hilo que articula e identifica en vez de separar un destino coincidente entre criaturas inteligentes.
Todo ha cambiado, sin embargo, con la apresurada tentación de pasar de una relación a otra, de un tema a otro, de un objeto de interés a otro y de un mensaje a otro, propios de la “modernidad líquida”, ilustrada en títulos reveladores por el intelectual y sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Premio Príncipe de Asturias 2010, empleó la figura de la veloz transitoriedad impulsada por la desregulación de los mercados, su complementaria revolución tecnológica y el subsecuente descrédito de vínculos firmes y duraderos para referirse a la tragedia autodestructiva de nuestro tiempo.
No es casual que durante el último cuarto de siglo, con el ascenso del consumismo y el poder del dinero, hayan proliferado la deshumanización de los vínculos afectivos y el desafecto de las cuestiones vitales. A cambio de presencias perdurables estamos a la vera de “amistades virtuales” que actúan como espejo y pantalla de nuestra fragilidad en sociedades sin modelo, sin seguridad ni estructura, cuyo mejor producto disolvente se multiplica en las redes sociales.
Tiene razón Bauman al indicar que en una sociedad privatizada e individualista el amor, los otros y las relaciones se hacen flotantes, volátiles, prescindibles y siempre cambiantes. Así el extinto estado de bienestar, cuyos valores de “solidez”, permanencia y seguridad que sustentaban el esfuerzo constructor de un futuro con certezas han desaparecido. Las falsas libertades implícitas en la modernidad líquida impiden ejercer el derecho a la felicidad, mientras que la endeble y arbitraria cultura laboral nos obliga a asumir miedos y angustias existenciales que arruinan la previsión del porvenir y traen consigo consecuencias nefastas en la condición humana.
Según sus tesis, tanto el individuo como la familia y las instituciones perdieron rumbo y respeto por la vida, la dignidad, el amor y el contexto vital de nuestra especie. Protagonizado por la rápida aceptación del Facebook, la impaciencia de un mundo global ha encontrado el nicho idóneo en la web para dar cabida y rostro a lo momentáneo en tránsito hacia ninguna parte y a la multiplicidad de mensajes que hacen que el protagonista/consultante, fiel al factor sorpresa, no sepa a dónde ni para qué ir, a pesar de compartir direcciones con amigos virtuales que también se asoman a ver qué, lo que sea sobre el otro, para fantasear una vía de acceso a su intimidad.
Sin embargo y haga lo que haga, “el amigo” no podrá satisfacer la necesidad de sentirse cerca y aceptado por las demás “amistades”. Pero no ser excluido en recinto tan frágil alimenta la ilusión de estar comunicado. Tampoco podrá librarse del efecto aleatorio de la selección y el destino de mensajes generalmente efímeros que reflejan la urgencia de decir, de hacer y ser atendidos. Ante la casi imposibilidad de consolidar compromisos y vínculos reales, en realidad los recintos virtuales demuestran que los episodios pasajeros se corresponden al sentimiento de frustración y vacío derivado de la veloz desintegración de la vida social.
La economía de mercado impone sus leyes no para hacernos partícipes de una mejor calidad de vida, sino para asimilarnos a los rigores de un mundo sin futuro donde el trabajo/basura, los pobres y marginados del falso concepto del “éxito” o de libertad, se consideran prescindibles. En eso consiste la regla excluyente del individualismo, en hacer del yo el centro de un universo que sucumbe a la presión consumista.
Con el recurso de “úselo y tírelo”, las relaciones de número –no de calidad- se contagian del síndrome de la impaciencia que se entromete en nuestras más íntimas aspiraciones. La sensación de vacío transitoriedad depresiva, así como el miedo al compromiso real explican la supremacía de ofertas superficiales de “superación personal” y de éxito en una globalidad sin asidero ni identidad confiable. Se teme al fracaso personal, económico y social, por lo que hay que “estar” a la vista y en el deseo del otro: un nombre convertido en referente del “secreto arte de ser aceptados”, inclusive por una población anónima.
Si la amistad entraña una conexión afectiva, fraternal y solidaria fundada en la persistencia y en la certeza de que al llenar un vacío individual ofrece un aliado para los malos momentos, su ausencia multiplica el efecto de la “individualización” de la vida moderna. Aunque fuera ideada por su creador para consolidar nexos afectivos, la amistad virtual cambió de propósito al “diluir” los vínculos humanos. Todo es contradictorio, hasta ahora, en la funcionalidad afectiva y comunicadora de la web: permite establecer lazos, pero suficientemente “flojos” para ser desanudados. Lo peor, respecto de la psicología de rechazo, es someterlos al golpe de una tecla –delete-, que los desaparece del registro “amistoso” del Facebook, de la “conexión” entre parejas “conectadas” o de “las relaciones de bolsillo”. Nombres, “amigos”, “parejas o encuentros virtuales” y mensajes se pueden excluir, revisar o sepultar a conveniencia, y no pasa nada. Su permanencia está sujeta al señuelo del atractivo, como los productos comerciales o las inversiones que primero crean expectativas, en su momento rinden y en cierto punto declinan.
“Vivir juntos y separados” en relaciones cuyo compromiso ya no tiene sentido ni futuro es consigna de la modernidad. Estamos expuestos a aproximaciones temporales cifradas por la velocidad. No arriesgarse ni otorgar sostén afectivo es ideal en el cambio incesante, por lo que las emociones implícitas en la amistad no llegan a cuajar ni a perdurar. Si bien las parejas deben ser laxas, ligeras, sin complicaciones y dispuestas a deshacerse en cualquier momento, las amistades virtuales también se rigen con el principio de “entrada por salida”.
No renunciar al compromiso afectivo es nuestra verdadera vía de salvación. El mundo se diluye y nos envuelve en un caos intimidante, pero todavía no hay quien no desee, por sobre todo, ser amado, acogido y aceptado. Esta necesidad real, alojada en la raíz del ser, nos hace creer que por el carácter sagrado de los vínculos amistosos la humanidad podrá rescatar dos principios indispensables para recuperar nuestro contexto vital: fraternidad y confianza solidaria.