Angry Young Men
Dos edades disímbolas convergen en la simiente de transformaciones trascendentales: los años sesenta y los de hoy. Ambas manifiestan la lucha inequívoca contra la autoridad, desencanto, la injusticia “ciega” en pleno descrédito del sistema político y el ascenso, no obstante disímiles, de signos de contracultura y decadencia. A pesar de sus lenguajes absolutamente diferentes, los jóvenes de hoy comparten con sus abuelos la sensación de que el futuro carece de sentido o es cuando menos determinista. Si ayer el capitalismo salvaje encumbró dictaduras y totalitarismos inhumanos, el actual neoliberalismo impone la fórmula del puñado de ricos mundiales y millones de sobrantes de humanidad. Sin ética ni dejo de conciencia, esta falsa democracia que en lo esencial anula la libertad y el derecho a vivir dignamente, se atreve además con la devastación ambiental para defender la irracionalidad del monetarismo.
Los Sixties engendraron tolerancia, visiones sicodélicas, pacifismo y búsqueda de alternativas liberadoras a la par de causas sociales, experiencias orientalistas teñidas de ensayos de espiritualidad, ideales de justicia y equidad de género aunados a sentimientos de fraternidad y a un enorme surtidor de sueños, ritmos y colores no exentos de cierto primitivismo comunitario; la ruta hacia los veinte del dos mil, en cambio, tambalea entre la violencia extrema y la fatiga existencial; entre el consumismo absurdo, el yoísmo exacerbado y la acumulación nada simbólica de basura: huele a impulso de muerte, corrupción, terrorismo, miedo, inmovilismo, pasmo ante la tormenta digital y a un total desconcierto juvenil frente a ésta, una nueva “noche oscura” que no augura buen fin.
A diferencia del otrora culto a la inteligencia y a las individualidades destacadas por sus cualidades, viejos, jóvenes y niños compartimos una edad globalizada que elude la fuerza persuasiva de la razón y odia la crítica tanto como el cultivo del arte. Es el modelo homogeneizante que no ofrece consuelo ni esperanza; tampoco recuerda el pregón que anunciaba que lo que más dignificaba al hombre era el trabajo, la conciencia de ser útil a los demás y ser parte de una comunidad, con todos sus particularidades y ventajas.
Imposible comparar la temperatura social de los años sesenta con el imperio digital de la segunda década del 2000. En la actualidad se perciben sin embargo algunos indicadores de cambio o síntomas similares –no obstante diferencias de fondo y forma- del conflicto sustancial con la modernidad. Si hace casi medio siglo los jóvenes se atrevieron a barrerlo todo y probar lo posible no obstante arriesgado como las multicitadas drogas, los adolescentes y no tan adolescentes de la primicias del tercer milenio enfrentan desafíos tan oscuros y amenazantes que en mezcla de desesperanza, tedio, ausencia de ideales, inclusive inmovilismo fomentado por el abuso de consumo digital, acceso a una inaudita cantidad de sustancias correlativas a la superficialidad imperante y un catálogo inabarcable de expresiones de violencia, ponen de manifiesto una verdad alarmante: los ideales son una especie en extinción. Ya se sabe que sin ellos ninguna sociedad ni generación avanza, aunque con ellos se tenga que recorrer el camino de los errores, las frustraciones y el sentimiento de desamparo, exacerbado durante las etapas de transición.
En medio de esta vorágine es indudable que, a diferencia de los boomers, los jóvenes de hoy están atrapados en una suerte de limbo cultural que tarde o temprano los obligará a despabilarse y luchar por una transformación radical, empezando por la económica, porque de otra manera seguirán vagando como huéspedes de paso, sin conciencia de su verdadero y trascendental lugar en el mundo.
A nuestro alrededor percibimos cómo se disipa la esperanza en un tedio largo y tan inclinado al aburrimiento que al menos para sentirse vivos y vistos por el otro los jóvenes desbordan su sexualidad en actos tan menores y carentes de sentido vital que casi podría decirse que lindan en el absurdo. Así la cada día más ostensible moda de mostrarse desnudos en las redes sociales, o “echarse un polvo (o varios)” con quien y como sea al calor de las drogas o del alcohol. Hasta parece que deben unirse a la vorágine del sin sentido para entregarse al “aquí y ahora” porque no se respiran indicios de las guías hacia el porvenir que, desde la noche de los tiempos, han dotado de significación a la presencia humana en el mundo.
No está de más recordar que cuando el movimiento contracultural de los sesenta agitaba la vida social, política, religiosa, racial, científica y económica en los Estados Unidos, la Inglaterra más estirada y celosa de su conservadurismo monárquico calificaba de Angry Young Men a la misma generación de baby boomers que superpoblada un mundo dividido por la Guerra Fría; pero, sobre todo, un mundo bipolar, dominado por las ideologías y urgido de libertad y cambios sustanciales. No deja de ser revelador el hecho de que a los jóvenes ingleses de hoy les dio pereza o no les importó votar ni defender la unidad europea. Por abulia y conformismo neoliberal comprometieron su destino con la decisión del Brexit que dio al traste con la hazaña de haber creado una Comunidad Europea.
En contrapunto, pensemos hasta dónde los americanos hemos sido incapaces de siquiera ponernos de acuerdo respecto de la idea del respeto esencial a la población. Nada sobre “La hora de América” soñada por los miembros de la generación del Ateneo de la Juventud y mucho menos algo que fundamente la fantasía vasconceliana del “Mestizaje creador” que inspiró su lema para la UNAM, antes sólo Universidad, pues lo de la autonomía data del sangriento 1929.
En principio, un publicista X que se supuso inadvertido, fugaz y sin duda lector en 1956 de Look Back in Anger de John Osborne, comenzó a llamar airados al grupo de escritores de baja extracción social que, en la línea dramática de Osborne, derramaba amargura contra la hipocresía y la mediocridad de las clases medias y altas. El mote Angry Joung Men, sin embargo, estuvo cargado de signos pues, aunque sin señales preocupantes, anticipó un indudable, masivo y legítimo enojo juvenil que a poco se fusionó al estallido intercontinental de los sesenta, sintetizado por el hippismo. Tal animosidad, sin duda existente en nuestros días no obstante invisible en las letras, tiene muchos motivos para volverse propuesta actuante, pero no se percibe ningún vanguardismo con alternativas transformadoras.
Por su intensidad creativa encabezada por la música, la vestimenta y el diseño gráfico, pensar la década de los sesenta cual referente equivale a evocar una enorme diversidad de propuestas totalizadoras, más la revuelta masiva y radical que ignoró fronteras. Su indudable riqueza se ensanchó de manera vertiginosa hasta convertirse en la corriente más trascendental de la historia moderna. A esta acción revolucionaria no obstante pacifista, correspondió la contrapartida reaccionaria de la generación de los Yuppies, encargados de consagrar las finanzas e inclinar con impudicia el mundo a la derecha. Tal parece que la historia, ciertamente, tiende a ser circular y a repetirse.
Hippies en este lado del mundo y jóvenes airados allá, en la Inglaterra de los sesenta, esta muchedumbre de hijos de la segunda posguerra mundial inauguró una edad insólita con una formidable mezcla de animosidad, rebeldía, pacifismo, imaginación, espíritu transgresor, levedad, libertad, osadía y cuanto surgiera en aquel surtidor de propuestas –Beattles incluidos- que se antojaba inacabable.
Década de diversión, transgresiones, ensayos y hallazgos para los jóvenes y de temor, prevención y espanto para los adultos representantes del Establishment; élite o grupo dominante, cuyos intereses económicos y políticos han encumbrado los poderes de las sociedades cerradas o del conservadurismo reaccionario. Los años sesenta dejaron tras de sí un sentimiento de nostalgia porque marcaron un hito entre el pasado y el porvenir, entre la intolerancia asfixiante y el surtidor de las causas sociales, entre el determinismo subyugante, el feminismo y la libertad sexual habilitada por la comercialización de la píldora anticonceptiva…
Imposible suponer o siquiera desear el retorno de los tiempos perdidos, pero hay que conocerlos para definirse y disponer un porvenir menos infortunado que el que parece anunciado para nuestra hasta ahora pasiva o pasmada descendencia que en cualquier momento puede comenzar a mostrar su verdadera naturaleza.