Caos, neblumo y la pura verdad
Los errores acumulados del Sistema estallaron en nuestra ciudad de México: desde la falta de planeación y el centralismo hasta la malhadada costumbre de no resolver problemas grandes ni chicos. Quizá desde el siglo XIX, aunque con todo el efecto nocivo y geométrico de que ha sido capaz un sistema de poder personalizado y piramidal, la actitud de los gobernantes ha sido idéntica, generación tras generación: dejar que un conflicto se agote, se alargue, se complique, derive en otros o se refunda hasta reventar. Tal la cifra de la política mexicana y el caldo de cultivo ideal para reproducir del cielo al subsuelo la práctica de corromper, encubrir, voltear al otro lado, hacer el ciego, el sordo y el mudo y, al final, coronar el drama con actos de demagogia discursiva que comienzan con la creación de “comisiones de expertos” y rematan con el laberinto de engaños a costa del presupuesto.
La paciencia popular no merece encomio ninguno: somos un pueblo de agachados que por su pobre autoestima aguanta humillación tras humillación. “Aguanta” es un decir, porque el humillado solo anida violencia. Como lo demuestra la historia, lejos de razonar y elegir la vía civilizada, un día saca el cuchillo y entre gritos, insultos y escupitajos, desahoga su cólera destruyendo cuanto encuentra a su paso.
Que no nos hablen de democracia en esta mascarada. Ya no es cuestión de seguir abundando en la trillada cuenta de malos y peores sexenios, malos y peores regentes, alcaldes, presidentes municipales, jefes de gobierno del DF o gobernadores… Tampoco vale seguir lamentando la epidemia de saqueos, abusos y mentiras porque una es la pura verdad: el sistema político mexicano es un fracaso absoluto y la corrupción no ha tocado fondo, sino que ya se escurre en libertad inclusive sobre las que fueran, alguna vez, áreas verdes o “protegidas”.
El cáncer no acepta parches ni remedios “patito”: debemos arrancarlo de raíz. De evidencias estamos ahogados: desde la criminalidad y el transporte público hasta todo lo demás: vivienda, justicia, educación, alimentos, desarrollo agrícola y marino, salud pública, ecología, energía saludable, justicia, legislación… ¡Dios! ¿Qué se salva?
En fin, que con el estallido de la contaminación en la Ciudad de México se derramaron tantas corruptelas que sólo barriendo todo y barriéndolo bien podremos enfrentar el caos, no sin una cantidad titánica de energía humana, material, económica, política y sobre todo intelectual. Alianzas en connivencia, sindicalismo charro, trampas, negocios turbios, las concertacesiones de Manuel Camacho, el PRD, la tira de partiditos hasta MORENA y López Obrador, las raterías impunes de Marcelo que se llevó consigo hasta la línea 12 del Metro sin que le temblara la mano, los malos oficios del PRI, la impunidad, la eterna impunidad, la vergonzosa impunidad con su bosque de cómplices…
No hay por dónde contravenir una verdad que ya no tiene vuelta: se limpia la costumbre de gobernar o el país acaba de pudrirse. La humanidad no ha discurrido más salida que la democracia verdadera, la de organizaciones ciudadanas y al servicio de los ciudadanos. Sólo tengamos en cuenta, ante la gravedad del mal que nos aqueja, que además de la calidad letal del aire que respiramos, la contaminación comienza y se reproduce en el pudridero del sistema de poder que nos ahoga.