El madruguete
El salto de Xóchitl Gálvez al ruedo precampaña le hubiera encantado a Martín Luis Guzmán, quien de primera mano supo todo de pugnas, trompicones y bajezas en dos obras capitales: La sombra del Caudillo y El águila y la serpiente. Grande entre los grandes de nuestras letras, resumió en una línea la historia del poder: “La política mexicana solo conjuga un verbo: madrugar”. Y madruguete fue lo que le hizo al Preciso una audaz panista que luce estupendamente el huipil, mientras el macho la denostaba aprovechando cualquier excusa para autoencumbrarse y afianzar a sus corcholatas. De manera súbita, por donde menos se imaginaba, Xóchitl se apostó a las puertas del Palacio y brilló: habló, exigió, se encaramó y, como de paso, puso en evidencia que la borregada está flaca y no tiene mucha lana de dónde cortar.
En la saga posrevolucionaria de Guzmán no hay presencia femenina. El hecho confirma el talante masculino del poder, inseparable de esta cultura. Aunque durante los enfrentamientos se ponderara a “las adelitas” que seguían a los hombres con el anafre, el petate y la canasta, y a pesar de que Nellie Campobello se atravesara en su vida y escribiera sus testimonios del Levantamiento, las mujeres brillaban literalmente por su ausencia. Ni en la intimidad era posible que, por temeraria que fuera, una mujer se atreviera a madrugar al hombre, a cualquier hombre. Así transcurrió un siglo hasta que el madruguete que estamos presenciando indica que nada es para siempre.
Dada la supremacía del machismo no había modo de que antes, durante y después de la Revuelta, la mujer -cualquier mujer- fuera vista, apreciada y considerada por sus atributos. Que nacimos para servir y no dar guerra, nos decía la abuela. Así que el fenómeno Xóchitl se convierte en un suceso sin precedente porque, acaso de manera inconsciente, lleva al cabo el primer madruguete femenino de la historia, lo que no es poca cosa. Más singular es su peripecia si consideramos la furibunda respuesta del burlado/madrugado/sobrepasado porque lo madrugó una mujer; es decir, le salió al gran Tlatuani una echada palante, batalladora, respondona, “sin cola que le pisen” y lista-listísima, como empresaria y política. La rabia con la que ha respondido AMLO al desafío también es inédita. El Presidente no ha podido contener ni disfrazar su disgusto. Para deshonra del mando no oculta su afán de demolerla. Se vale de sus prerrogativas para inventarle delitos y exponerla como delincuente a los ojos de millones de simpatizantes. Como ya sabemos, hará hasta lo imposible para embotarla y quitarla del camino.
A López Obrador no le gusta que lo enfrenten ni que lo pongan en evidencia; tampoco soporta a los que difieren de sus planes y propuestas. Desprecia públicamente a los que no se someten a sus caprichos, también a los independientes, a los pensantes, a los educados y a los críticos… No se diga si es mujer la que se le pone al brinco y echa mano de alegatos que a él mismo, en su populismo, le gusta esgrimir. El adjetivo fifí que con tanto desparpajo extrae de su vocabulario para ideologizar su desprecio a los que no se dejan engañar, se ha revertido contra él mismo al estar exhibido por la hidalguense tan orgullosa de su origen como de sus logros legítimos y personales.
Me niego a creer que la oposición no tenga un candidato capaz de pasar página al realismo terrorífico que padecemos. Estrella fugaz, tampoco veo a Xóchitl con la bandera cruzada sobre su pecho. No obstante, nadie podrá quitarle el lugar que ya tiene en la historia. Son los “tiempos”, los famosos “tiempos políticos” que decían chuchas cuereras tan memorables como don Jesús Reyes Heroles o el mejor Muñoz Ledo, los que deben imperar en la selección. Lo desearíamos dotado con la metis o argucia tan valorada por los remotos griegos. En términos ideales, necesitamos un estratego que, para gobernar, entienda las trampas del poder y comience por restaurar el estado de derecho… Pero ese es otro tema.
Xóchitl Gálvez es un carácter: ha despertado a miles que llegaron a suponer que “este pueblo no tiene remedio”, como proclamaba el desencantado José Vasconcelos. Ella es uno de los productos mejor logrados de la cultura del esfuerzo y del efímero ensayo de movilidad social de la segunda mitad del siglo pasado. Podría gritar en la Plaza de la Constitución Yo se quién soy, como el Quijote. Nada la arredra, ni siquiera el puño amenazante de la autocracia. Es astuta, se adelantó a una acción y al control del hombre del poder. Lo sorprendió con un golpe efectista y súbitamente se convitió en la mujer de la situación. Pese a lo anterior, no se le ven habilidades suficientes para vencer en la que será una de las contiendas más difíciles de nuestra precaria democracia. Ella sabe que la mentira es el recurso de los cobardes que injurian y quebrantan la honra de las víctimas de maquinaciones. Aun así, la propaganda amañada confirma la máxima de Goebbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. ¿Cúantas veces, desde la mañanera, se han repetido mentiras que sustentan la gran verdad del ficcionario de MORENA?