El mundo bajo los párpados
De todos los misterios que han fascinado a los hombres, el de los sueños es uno de los más reacios a revelar sus secretos. Los antepasados los tuvieron por recados del cielo y durante milenios conservaron su carácter paradójico y sagrado. En tanto y los pueblos, sus mitos y deidades se fueron transformando, la vida onírica amplió sus cotos para iluminar a sus anchas a intelectuales y filósofos antes, mucho antes de atraer a los científicos. Así consiguió convertirse, como lo señaló George Steiner, “en materia de la historia”: justo lo que animó a Jacobo Siruela, talentoso fundador y director de la Editorial Siruela, y de Atalanta posteriormente, a escribir una de las obras más originales, sugestivas, laboriosas, inteligentes y hermosas de las últimas décadas en nuestro idioma: “El mundo bajo los párpados”.
Soñar es una actividad propia del durmiente que comienza y concluye en sí misma; sin embargo, al filtrarse por “los finos y sutiles conductos del lenguaje”, los sueños crecen de boca en boca, se reelaboran e interpretan y aun son tratados “como sucesos históricos dignos de todo crédito”. De cadencias oníricas, pesadillas y visiones fantasmales están pobladas culturas, religiones, hallazgos intelectuales, biografías, mitos, relatos sagrados, leyendas y no pocas hazañas literarias que, encumbradas magistralmente por Shakespeare y Borges, confirman que no hay acontecimiento trascendental, azar ni lo que los griegos llamaron destino y cristianos y musulmanes providencia, que no se prefiguren en lo más profundo e inescrutable del propio ser. De ahí que el enigma de esta actividad de la mente, a la que tanto deben las letras, además de maravillarnos como pueden hacerlo la propia vida, el pensar, la fantasía, el arte, el lenguaje y la idea del tiempo, pone de manifiesto hasta dónde influyen la estética, el horror e inclusive el miedo en una “realidad” perceptible en las honduras de la psique.
Valorados y aun temidos como el enigma la muerte, los sueños aparecen y desaparecen en su contexto metafísico sin que nadie, hasta ahora, haya conseguido descifrar su verdadera naturaleza. No obstante las modernas aportaciones de Freud, Jung y Lacan, los sueños engañan a los estudiosos más avezados y, además de poner a prueba alcances de la memoria y proyecciones externas, sorprenden con versiones y contenidos tan disímiles que cada uno, por luminoso u oscuro que se insinúe, es punta de un iceberg que oculta más de lo que muestra. Lo cierto es que el soñar desafía a la lógica porque transcurre en un tiempo sin espacio, “o en un espacio hecho de tiempo”. Allí, en su “no lugar”, nada es estático, todo cambia, es verosímil y sus proyecciones, pura evanescencia.
Por su peculiaridad de combinar lo obvio y lo insólito, los sueños aportaron un gran nutriente espiritual a pueblos supeditados al dominio absoluto de los dioses; luego, durante sucesivas evoluciones del saber y la intuición, se fue estableciendo el carácter fasto o nefasto de sus cargas proféticas, amenazantes, curativas y aun capaces de ofrecer al durmiente claves útiles a incógnitas relacionadas con la técnica y la ciencia. Entre el inabarcable anecdotario onírico, los del rapto creativo impulsan al espíritu a un estado clarividente y creativo que, por inspiradores de grandes acciones, han enriquecido el campo de la cultura. En ese sentido, Siruela abundó en ejemplos documentados de sueños de aclaración, advertencia, revelación o respuestas de hombres prominentes que aseguraron haber experimentado en su condición de durmientes. Así el hallazgo del célebre Mr. Hyde de Stevenson, la pavorosa imagen primordial de Frankenstein, las melodiosas cadencias poéticas de Coleridge o la abundancia metafórica de William Blake por citar unas cuantas referencias que atrajeron la atención de exploradores del alma humana que, según escribiera el filósofo neoplatónico Salstucio, “nos hablan al corazón sobre cosas que nunca sucedieron pero que existen desde siempre”.
Dada la complejidad del tema y su desarrollo, no cualquier escritor podría haber conseguido una síntesis tan rica que, del primer al último párrafo, mantiene en vilo al lector. Y no a cualquier lector, pues ya se sabe de qué se trata el arte de las correspondencias y, en este caso, estamos ante un libro privilegiado para lectores exigentes y bien formados. Solo un enamorado de las culturas y del estudio de las mentalidades, decidido a darle una forma narrativa al conocimiento como es este editor/autor aristócrata, formado en la filosofía y en posesión del arte de la lectura, se hubiera atrevido a realizar la idea borgeana de una Historia de los sueños.
Todo está hábilmente reunido en menos de cuatrocientos páginas, resultado de una minuciosa y paciente búsqueda de registros que, aun en los casos menos accesibles y conocidos por el gran público, ilustran la importancia que, desde la remota Antigüedad y hasta nuestros días, han tenido los sueños no solo en las decisiones o en la orientación de la conducta, sino en la política, en las letras, en las guerras y en cuanto atañe a la situación del Hombre respecto de sí mismo y del universo.
Nada serían los mitos sin las visiones nocturnas que confirman que la psique está llena de dioses, igual que la vida. Invaluables instrumentos del saber oculto para astrólogos medievales y renacentistas, aun hoy, a la mesa de psicólogos, neurólogos y exploradores del acontecer “del otro lado”, donde subyace lo inexplicable, los relatos oníricos no solo pueden enturbiar los más altos logros de la literatura fantástica también, desde Freud hasta el último miembro del batallón de creyentes del inconsciente y sus signos, mantienen intacto su poder de desafiar a la ciencia y a cuanto involucra a los mecanismos y sutilezas de la mente.
Con gran sentido, Jacobo Siruela inició su extraordinario ensayo “El mundo bajo los párpados” con una afirmación irrefutable, hasta la publicación de su libro: “La historia de los sueños nunca ha sido escrita”. Inspirado por la pasión borgeana, según él mismo afirmara, al emprender esta excepcional aventura supo cuán insondable e incluso absurdo podía ser este empeño tan asido a la imaginación como a la doble experiencia visionaria e intelectual.
Mensaje supremo, anuncio profético, narración sin ataduras y cuanto es causado en el mundo animado bajo los párpados, todo o casi todo abarcó la acuciosa laboriosidad de Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, Conde de Siruela: uno de los escasísimos “hombres del Renacimiento” de nuestros días que al asimilar su legado cultural, lo conserva, modernizándolo. Si como autor ha sido distinguido por sus escasos, aunque jugosos ensayos narrativos documentados –incluido uno dedicado al enorme tesoro artístico y cultural de su familia-, no menos premios ha merecido su obra editorial, una de las mejores, si no es que la mejor de España. Consciente de que el editor contemporáneo se dedica a separar el grano de la paja, para publicar la paja, él apostó por lo contrario: publicar el grano con criterio intelectual para elevar la edición a género literario y transformar una idea sin cuerpo en una obra maestra de artesanía.
Su talento singular ha tenido el acierto de apostar por el rescate, el valor y la belleza de “libros secretos”. Explorador cultural, apasionado en su juventud de la literatura artúrica y los libros de caballería, fundador y director de la revista “El paseante” –referencia indispensable de los años ochenta-, estudioso de la historia, del medievalismo y los simbolismos religiosos, al crear a sus 26 años de edad la editorial Siruela, que lleva su nombre, se propuso rescatar joyas ocultas del pasado y obras inaccesibles en el mercado contemporáneo, “solo para enriquecer la cultura y mejorar nuestras vidas”. Lo demás está por consignarse en la historia más selecta del libro.
Hombre de letras que en todo contrasta la banalidad de la aristocracia española a la que pertenece, en sus títulos nobiliarios cabe la memoria de la España entera y en su talento de editor/lector y autor de excepción encumbra el más alto legado del pensamiento en nuestra lengua. Mientras que en nombre de la era digital y sus logros globales se pretende minimizar la presencia del libro y sobrevaluar el mercado digital, él defiende, ahora desde la Editorial Atalanta, el arte de la lectura, la pasión por el papel, el gusto, el talento, la sensibilidad y el refinamiento literario que debe tener un editor “en posesión de una amplia cultura” para seleccionar su catálogo.
“La lectura es un arte difícil. Quien no haya saboreado esta pasión en su juventud, difícilmente podrá dedicarse más tarde a la edición…” Esta es la doble magia que derrocha Jacobo Siruela en un mundo cada vez más dócil a la medianía y a la oferta efímera del mercado que, sin coherencia ni sentido ético, degrada el gusto literario y pretende confundirnos arrojando abalorios por joyas, como hicieran los conquistadores en las colonias con el único propósito de saquear sus bienes.
Lector pues, y de altísima calidad, con “El mundo bajo los párpados” Jacobo Siruela demuestra que la complicada facilidad del ensayo es un vino fuerte no apto para todos. Además de que debe paladearse a sorbos, hay que disfrutarlo como un homenaje a la alta cultura, tan degradada en nuestros días.