Embarazos de adolescentes
Están a la vista; pero los mexicanos prefieren mirar para otro lado: adolescentes condenados a crecer al filo del abismo, por innumerables causas: pobreza, marginación, inseguridad, pésima o nula educación familiar, escolar y/o social, abusos sexuales cuando no explotación declarada, ignorancia y, lo peor: la irresponsable desatención del Estado a este sector de la población que, en mayoría, inicia su sexualidad de manera temprana y al voleo. Lo común es arrojarse sin protección ni conocimiento de los riesgos implícitos en las prácticas sexuales indiscriminadas. La mayoría tampoco tiene idea del funcionamiento de su cuerpo, ni cómo manejar sus emociones, sus fantasías, sus impulsos, las consecuencias de sus actos y responsabilidades implícitas.
Según el reciente informe anual de UNICEF 2016, México ocupa un deshonroso primer lugar de embarazos adolescentes en América Latina. Uno de cada 5, de los casi 13 millones de hombres y mujeres entre 12 y 17 años de edad que fueran registrados por INEGI en 2009, son pobres y culturalmente vulnerables. Sus ingresos familiares y personales son tan bajos que no alcanzan para cubrir una alimentación mínima. Del total de casi 3 millones que no asistía a la escuela por negligencia, deserción o por las varias causas de nuestra realidad sociológica, 48.6% eran hombres y 44.1% mujeres. Dada la crisis económica y criminal imperante, es de suponer que esta situación ha empeorado en el 2017.
Sabemos que a los pobres llueven plagas y pulgas, pero el diagnóstico sexual de los clasemedieros no está muy por encima de sus coetáneos marginados. Unos por unas causas y otros por otras, la cuestión es que los menores de edad están expuestos a peligros sin cuento gracias, además, no solo a la facilidad para adquirir adicciones, sino al efecto directo y circunstancial del espectáculo y la subsecuente degradación moral de la sociedad. Me refiero a que tanto en escuelas públicas como privadas están para colmo de moda los raves y los perreos: juegos sexuales en grupo que se practican abiertamente en salones, baños y patios, durante las fiestas e inclusive en casas familiares. Mezcla de exhibicionismo, atrevimiento, desparpajo e idiotez absoluta, se trata de practicar el coito en “carrusel”, como “semáforos”, en serie o como se vaya dando, sin ninguna protección ni higiene, a la vista y con el aplauso de todos los dispuestos a jugarse “la ruleta rusa” del sida, de un embarazo, del virus del papiloma humano o cualquier enfermedad venérea.
Al margen de esta realidad, que muchos padres “acomodados” se niegan a aceptar, quizá porque suponen que sus hijos “no hacen esas cosas”, los datos de UNICEF son espeluznantes, como nuestra realidad. Una verdad inocultable para quien esté dispuesto a observar la hondura del descenso cultural del país: además de niñas preñadas y abusadas desde los 10 años de edad, una de cada cinco jóvenes de entre 15 y 17 ha tenido cuando menos un embarazo no deseado. No hay modo de averiguar el número confiable de abortos –especialmente clandestinos e insalubres- ni de las obvias consecuencias en la salud mental y física de la madre y el producto, en caso de tratarse de los 20 millones de jóvenes que dieron a luz en los años recientes.
UNICEF insiste, además, en que siendo mínimas de por sí las oportunidades que la sociedad otorga a niños y jóvenes, hay que agregar riesgos y padecimientos extremos de quienes están condenados a sobrevivir en situación de calle, de descuido, de verdadero analfabetismo, no obstante haber cursado unos cuantos añitos de primaria o de cabal abandono familiar. De ahí que en casa, en la calle, en la escuela, con los que tengamos enfrente, hay que educar: primer deber moral de la sociedad y de cada persona beneficiada con el conocimiento. Nunca se cansó de repetirlo Alfonso Reyes: por donde vayamos, nuestro deber es educar, aunque los demás tuerzan el gesto, se escandalicen por atrevernos con la claridad y crean saberlo y poderlo todo.
Pero eso de elevar a los demás hacia arriba no ocurre aquí, donde la atroz mezcla de prejuicios, imbecilidad moral, corrupción, bajísima calidad escolar, ignorancia, complejo del vencido, discriminación y pobreza, afectan aproximadamente a uno de cada 3 varones y una de cada 8 chicas que no acceden jamás o que abandonan las aulas inclusive a mitad de la secundaria, por varias causas: embarazo, necesidad de trabajar, pésima calidad de la enseñanza, malos tratos, violencia, desnutrición, condiciones imperantes de explotación laboral, delicuencial, sexual y/o familiar... UNICEF agrega que la gran mayoría de víctimas de explotación sexual comercial son precisamente niñas y, de ellas, 16 mil adolescentes contabilizadas solo en el 2007.
No hay modo de defender la paupérrima política gubernamental relacionada con la prevención del embarazo y, en general, con la educación sexual. Tampoco existe con qué lavarse la cara citando tentativas vergonzosas, como los anuncios ingenuos que trasmiten por la radio. Algunas excepciones de algo han de servir, como ésta que me llamó la atención en el CCH de Naucalpan, donde observé con obvia curiosidad que algunos asistentes a mi conferencia cargaban a tiempo completo un muñeco, como si de un niño se tratara: una manera de enseñarles a los varones de qué se trata “el día después”.
Al respecto de las campañas de educación sexual, recupero una nota de Manu Ureste, publicada en Animal Político el pasado febrero 23, donde se dice que nada menos que el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) gastó en 2016 casi la mitad del presupuesto destinado a la prevención del embarazo adolescente “en el mantenimiento y renta de vehículos, vales para gasolina, y en servicios de jardinería, limpieza y vigilancia, entre otros rubros.” Datos como éste no únicamente indignan, también despiertan ganas de ver en el paredón a tantos sinvergüenzas dedicados a convertir al pobre México en la capital mundial de la impunidad y la bajeza.
Es lugar común enterarse del descaro con el que los funcionarios desvían fondos destinados a situaciones de extrema necesidad. Nada ni nadie se libra de la ineficiencia, la inmoralidad ni de la tremenda insensibilidad con la se echan a saco sobre los recursos públicos, sin que nadie los detenga ni los someta a la justicia. Véase la nota citada para indignarse (más) contra instancias como INMUJERES y CONAPO, cuyos gastos, acciones y proyectos deberían cuidarse con el rigor irrestricto que merece la formación de nuestras mujeres y menores de edad. Rubros como “jardinería, fumigación, limpieza e higiene, uniformes, teléfonos celulares, vales para gasolina…” absorben en el INSP el presupuesto, de por sí bajísimo, que corresponde a evitar los embarazos juveniles.
Y finalmente, para abundar en el pesimismo (como si hiciera falta), las tres principales causas de muerte de menores entre 12 y 17 años de edad, según UNICEF: homicidios, suicidios y accidentes de tránsito: “En el 2007, morían diariamente tres adolescentes por accidentes de tránsito, cada semana eran asesinados ocho jóvenes y ocho cometían suicidio…” Y, a la letra: “Casi medio millón de menores de 20 años dieron a luz en el 2005. Hubo, además, 144,670 casos de adolescentes con un hijo o un primer embarazo entre los 12 y los 18 años que no han concluido su educación básica […] En 2008 se registró un alto porcentaje de adolescentes que no estudian y se encuentran casadas, viven en unión libre o están divorciadas (19.2%), con respecto a los hombres (4.5%) del mismo grupo de edad.”
Eso, más el rubro de las adicciones al alcohol, al tabaco y los estupefacientes, que no tocaré en esta ocasión: desde fumar por primera vez antes de los 10 años de edad hasta, a los quince, ser un adicto declarado o miembro activo de la delincuencia organizada. Baste recordar que por miles se cuentan los jóvenes asesinados y desaparecidos en relación directa o indirecta con el narcotráfico. México, por consiguiente, está lejos, muy lejos del paraíso prometido por la revuelta social de 1917 y los subsecuentes y no menos sangrientos gobiernos “de la Revolución”. Así los hemos visto pasar: como la temible figura de la Muerte en la película de Bergman que tanto me fascina –El último sello-, donde el caballero cruzado Antonius decide jugarse la vida con la Muerte en una partida de ajedrez. La gran diferencia es que aquí, en lo burdo y brutal, no se respira arte en la tragedia ni sabemos nada de sofisticaciones simbólicas, como las de Bergman.