(In) cultura en tiempos del Bad Hombre
Bad hombre: El malo entre los malos le pone cascabel al gato. Adjetivos y prejuicios aparte, nuestra cultura –y otras culturas en grados distintos- ha descendido de manera vertiginosa. Es una realidad gravísima. Imposible negarlo. Ecocidios, violencia, corrupción, ilegalidad, injusticia, impunidad, miseria, ignorancia y narcotráfico son la pandemia del México en picada. El cáncer abarca las venas, el cerebro, el vientre, los huesos, los miembros y la piel del cuerpo social y territorial. La purulencia está en todo. También en las letras, el arte, el espectáculo, el periodismo, el medio ambiente y aun las conversaciones serias o intrascendentes. En suma: si el presente no es alentador, menos podemos esperar milagros en el porvenir inmediato.
No son tiempos en que la literatura ofrezca la mejor mirada para comprender la naturaleza humana. Infestada del narcomercado, del narcomorbo, de la narcomoda y la narcofacilidad narrativa del realismo criminal, las editoriales, a excusa de asegurar ventas masivas, han invadido las librerías con narcotítulos, narcolenguajes y narcobasura para que los “lectores” se regodeen con la imaginería de la perversidad, la barbarie y la bajeza. Así la televisión, las series, el cine y los pasquines atosigan “al gran público” con negocios, asesinatos y hazañas negras aunadas a la inmoralidad y envilecimiento de jefes y subjefes de los cárteles de la muerte.
Habitado por una cáfila de antihéroes sanguinarios, pero encumbrados por la estupidez moral de quienes codician dinero a costa de lo que sea, nuestro país ha marginado, hasta casi desplazarlo de los signos de superación, el pensamiento, el saber y el arte, el genio creador, la belleza y la otrora función vivificante de la cultura. Inclusive se percibe un rechazo ostensible a razonar, interesarse en lecturas de calidad o participar en la formidable obra del espíritu, a la que debemos lo mejor de que ha sido capaz nuestra especie. Al hombre/masa ya no interesa construir sociedades dignas, libres ni respetuosas. Rehenes de la inseguridad y de las defecciones, el miedo es el dios que hace sumisos y conformistas a los que prefieren voltear hacia otro lado antes que comprometerse en la reconstrucción de este pobre México cubierto de porquería.
Hay que repetirlo hasta que se entiendan las consecuencias de la añosa y brutal complicidad de sindicatos, delincuentes y gobernantes: la ínfima educación a cargo del Estado es directamente responsable de la ignorancia, el infortunio y la miseria de millones y millones de mexicanos. También la triada en el poder, amparada por una inmunda partidocracia, solapa el correlativo imperio del crimen y la degradación de las instituciones. Los vicios del sistema de poder son directamente causantes del crecimiento expansivo de la infracultura, ahora fecundada por matarifes y bribones, sus muchachas de compañía, compinches, cómplices y la cohorte de malos malísimos que, entre burlas y veras, son los verdaderos Bad hombres.
Esta expresión de la delincuencia anidada en el Estado mexicano rebota en las expectativas de los migrantes –renombrados dreamers- ahora perseguidos en el paraíso prometido. Solo un ingenuo puede decir que no hay indocumentados con antecedentes penales. La cuestión migratoria, sin embargo, es muchísimo más compleja que la minoría con una ficha policiaca en el país vecino. Quizá el mayor problema del siglo y prueba del fracaso neoliberal, los movimientos migratorios reflejan, en primer término, la grave descomposición de los países de origen. No por nada el tema concentra el interés de sociólogos, moralistas, economistas e inclusive científicos y observadores de los cambios que están sufriendo desde el planeta mismo hasta los pueblos, las razas, los credos, las culturas…
Tienen razón los dreamers al decir que lo que menos quieren es regresar a un México teñido de sangre, donde nadie escapa a los ramalazos. La narcocultura destruye comunidades, aniquila la función social del trabajo, envilece derechos y libertades y engendra un modelo de psicópata dispuesto a cometer crímenes espantosos porque “prefiere la adrenalina, disfrutar la riqueza, dilapidar y morir joven antes que envejecer miserable”.
Atrapados en el país/olla de la inseguridad, el engaño y abusos cotidianos, los que no emigramos también somos víctimas, aunque de modos distintos. Si los de adentro quedamos atrapados en la crisis que no tiene pies ni cabeza, los dreamers deportados quedan Nepantla: repudiados allá y fuera de lugar en el México que nada les dio, ni siquiera el elemental derecho a educarse, alimentarse, trabajar y vivir sin miedo. Para ninguno hay esperanza. Los que llegan contra su voluntad confirman que esto es un infierno. Para los que seguimos a pie firme en la que aún consideramos patria, también la vida es insufrible. Inseguro, inhabitable en lo esencial, México no ofrece esperanzas vitales para nadie: ni para ellos ni para nosotros.
De ahí que debamos recobrar el compromiso ético de la inteligencia. Hay que volver a la tarea que nos acerque a la comprensión de lo humano y su tremenda complejidad. Si las verdaderas letras no contribuyen a definir el lugar del individuo en la historia, cultivarlas carecería de sentido, pues ¿de qué otra manera podríamos defendernos de totalitarismos, autoritarismos, narcotráficos, populismos y tantas locuras que dejan tras de sí únicamente sufrimiento, miseria y muerte?
No es de este delirio criminal de donde habremos de extraer remedios para siquiera sobrevivir. Es en la razón, en el arte y el saber donde están las respuestas. Solo la gran obra de la cultura fortalece la resistencia ética del hombre contra las arremetidas de la sinrazón y la violencia. Es la cultura la que no nos deja arrastrarnos de forma irreflexiva a la indignidad y la que nos mantiene en estado de alerta ante los enemigos de verdad.
Este es el momento de insistir en que el pensamiento si sirve para poner de manifiesto los males. Donald Trump, desde el fondo de sus fobias y desvaríos, nos ha obligado a dirigir la mirada hacia nosotros mismos y nuestras debilidades. Es la inteligencia crítica la que indica qué puede hacer un individuo contra el imperio del mal. Es la razón educada la que busca el punto intermedio entre los extremos. Es el talento el que se propone entender al otro, al distinto, para habilitar la convivencia y presentarlo y representarlo. Acercarse al arte y a la literatura mediante ejemplos individuales de pensamiento. Buscar al ser humano individualizado: no hay más. Lo otro es parte y consecuencia del delirio y la mediocridad.
A pesar de que solo podemos salvarnos por la cultura, la narcocultura estará ganado la carrera mientras que lo único que crece en libertad es la corrupción, la ignorancia, la vulgaridad y la desarticulación social. Rehacernos, no dejarnos caer, voltear hacia arriba, empeñarse en ser mejores personas. Volver a los ideales, al esfuerzo de pensarnos, autocriticarnos y reconocernos en lo mejor no en la porquería en la que pretenden convertirnos los pillos. No es tarea menor, pero la recompensa será nuestra herencia para las generaciones que vienen.