La atracción del Mal
Estudiar la vida entera no sustituye el saber de experiencia. Desearía negarlo y creer en la grandeza humana, pero la verdad es un necio golpeteo que no coincide con las posturas victimistas o entusiastas de los teóricos porque la violencia se vuelve costumbre. Imposible negarlo: la mentira y el daño deliberado existen; el autoritarismo disfrazado de mesianismo es una fatalidad victoriosa y endémica; la chapuza prospera y se afianza porque alienta al vencido; lo execrable atrae e iguala hacia abajo y, como se sabe, a los incautos les produce la satisfacción de haber consagrado a su semejante. Hay países tan inclinados a la humillación y al resentimiento que, como los matrimonios infames, se vuelven codependientes. Por no saber qué hacer con su libertad ni cómo subsanar la desgracia del atraso en complicidad, los marginados se asimilan al vasallaje mediante la ley del más despreciable poder del Mal.
Desde los relatos bíblicos, el Mal y las vejaciones consensuadas no solo fascinan a los más, también aplauden su situación uniéndose en rebaño, sin juicio ni voluntad, para seguir al jefe de la tribu. El perverso con poder es insensible al dolor y al sufrimiento ajeno. Es incapaz de sentir empatía. Se encarama como guía divinizado porque la multitud manipulable lo inventa y lo sostiene, aunque es tan falso y perverso como su lenguaje. Su dominio se consolida y crece por las componendas y la satisfacción colectiva que lo habilita: bastan los hechos para comprobarlo.
Todo el Mal y todos los malignos se parecen entre sí, aunque se camuflen en vano. No olvido que hasta mi intimidad llegaba el griterío entusiasta de los cubanos que, bajo un sol de justicia, aclamaban al loro de Fidel que hablablablabla como un dios durante horas y horas y horas en La Habana… ¿Y Hitler? ¿Y Mussolini? ¿Y tantos más? Las plazas atiborradas a los pies del UNO, como las que adora el López local, son evidencia de la enfermedad social más execrable: la autocracia fomentada por el espíritu de la tribu. Si el individuo es lo que es, es peor la muchedumbre que inventa a su becerro de oro.
El Mal en complicidad es un fenómeno que existe desde la noche de los tiempos. Lo inconcebible es que siga sucediendo en pleno siglo XXI: cuando los peores se hacen del poder y fusionan política y bajezas la masa vocifera, aplaude, emula las expresiones de desprecio de su líder y los endiosan cuando los induce a atreverse con cosas peores. La muchedumbre, por su miseria moral, legitima las perversiones de quien los “gobierna”. Tiranos y autócratas no serían nada sin la irracionalidad del apoyo popular.
Como sus homólogos nefastos, México tiene un gobernante insensible ante el dolor que provoca e incapaz de conmoverse por cientos de miles de asesinados y desaparecidos. Puede haber millones de votos, pero sin demócratas no hay democracia. Se elige por número y los hijos de la incivilidad eligen al supuesto Mesías que causa milagros. De educación y cultura, nada. La formación de las personas no cabe en la mentalidad perversa: se trata de deformar, no de formar a la mayoría. Tal el drama del síndrome de la derrota, condenado a repetirse.
El triunfo del Mal abolió la cultura de las máscaras, por innecesarias. Lo actual es el cinismo: vejar y menospreciar a discreción. Humillar, zaherir… y ser aplaudido por ello. Todo está permitido cuando se avala este lugar común: el otro; el otro es el culpable. Traslado de la muy sartreana expresión el otro es el infierno, se trata de eludir la responsabilidad. Por consiguiente, lo que es, es como es. Así como hay individuos moldeados por su derrota, también hay países condenados al fracaso. El Mal es fecundo, persuasivo y de amplio espectro. Es terrible tener que aceptar que hay pueblos, como el nuestro, amancebados con la perversidad y el fracaso y que no pase nada… La prueba: según datos oficiales, se comete un asesinato o hay un desaparecido cada 15 minutos. Eso, sin contar feminicidios, asaltos, inseguridad y ausencia de garantías en total impunidad.
Las democracias se fundan en demócratas e instituciones civiles o no lo son. De ahí la necesidad del proceso civilizador. La mayoría adora a los dictadores, a los tiranos, a los populistas, a los farsantes y a los autócratas. Bajo la falsa acepción del líder en general se oculta un monstruo. No entiendo por qué la gente repite que lo que falta es un líder. Al escuchar tantas sandeces, me aterro. Líderes eran Hitler, Mussolini, Franco, Videla, Perón, Calles, Porfirio Díaz, Papa Doc, Castro… La lista es tan inmensa como diabólica. Empezando por Haití, convertido en basurero, donde las almas pululan invocando a los muertos mediante el apego popular a la magia negra, nuestra América es un catálogo de perversiones, ignominias, deshonras y cuanta maldad se puede imaginar: Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Cuba…. Y qué decir de México, ¡nuestro pobre México sembrado de criminales, narcotraficantes, bribones y acomodaticios que, en su carácter de narcoamigos, contribuyen a arraigar la narcocultura que, por fin, ha conseguido subyugarnos al través de la inseguridad y el miedo. Y en este infierno, hay que aceptar el imperio del Mal como hecho cotidiano.
Pienso, con pena, que millones de nacidos en el siglo XX moriremos en el XXI sin haber conocido un México digno, civilizado y consciente del Mal que marcó su historia.