Los signos y el Papa
Entre lo dicho y no dicho durante seis días de evangelización intensiva quedaron de manifiesto varios problemas graves que, de frontera a frontera, afectan a este infortunado país: injusticia, corrupción, abuso de poder, violencia, ignorancia, pobreza extrema, discriminación… Al margen de la inequívoca popularidad del Papa Francisco y del poder mediático que lo exhibió a tiempo completo como el mayor líder de nuestro tiempo, fue imposible no advertir tanto el yerro oportunista de los funcionarios y sus familias como la pugna eclesial entre conservadores medievalistas y prelados conscientes de que, sin cambios sustanciales, empeora la desbandada de feligresía y vocaciones que tanto afecta al catolicismo.
La imagen de indios arrodillados en Chiapas frente al Papa y al gobernador Velasco y su esposa remontó los días del encomendero y el obispo. Temblé de historia, de indignación y conciencia ante el símbolo del vencido y, por supuesto, de su significado actual. Allí, donde el espíritu colonial mantiene intacta la mancuerna de sumisión y desprecio, con los agravantes acumulados inclusive después de tres revoluciones -Independencia, Reforma y la social de 1910- cuesta aceptar que, por encima del folclore y no obstante levantamientos fallidos, la realidad indígena sigue siendo la más vergonzosa de la injusticia social.
De la Tarahumara a Oaxaca, de Veracruz a Michoacán o del Edomex a Hidalgo, Puebla, Morelos, Jalisco, Nayarit, etc., no hay realidad indígena rescatable ni nada sustancial, en términos positivos, ecológicos, económicos o sociales, que contradiga lo descrito hace décadas y en cinco tomos por Fernando Benítez, en Los indios de México: despojados de sus tierras, humillados y menospreciados por el Estado, su desgracia ancestral los mantiene, hasta la fecha, en niveles trágicos de miseria e injusticia.
Entre una Iglesia que acarrea pendientes acumulados desde el siglo XVI y propósitos incumplidos de apertura y liberación del Concilio Vaticano II (1961-2) y un poder civil que ignora cuál es su lugar, cuál su deber irrenunciable y cuáles sus prioridades republicanas, parece más vigente que nunca el clamor del grupo de dominicos que, en voz de fray Antón de Montesinos, según lo ordenara el vicario Pedro de Córdova, estremeció al mundo católico en diciembre de 1511 al atreverse, desde el púlpito de su iglesia en el actual Santo Domingo, con la mayor denuncia de los abusos, la brutalidad y la violencia de los encomenderos contra los indios:
“Voz que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis contra estas inocentes gentes. Decid, con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? (…) ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos?...
Gracias a la pluma de fray Bartolomé de las Casas, conocemos lo fundamental de éste y el siguiente sermón. No obstante las agresivas reacciones del clero colonial y del brutal y defensivo alegato de los esclavistas, esta prédica revolucionaria e inequívocamente cristiana inspiraría la gran transformación de la teología desde la Escuela de Salamanca, en España, y el correlativo puente jurídico hacia el “Derecho de gentes”, fundamento del actual Derecho Internacional. Iglesia y Corona tuvieron que pronunciarse por la justicia a través de las subsecuentes Leyes de Indias, que si bien no dieron los frutos deseados, al menos contribuyeron a la supervivencia de los naturales, pues como era aceptado en todo proceso de Conquista y colonización, la extinción de aborígenes era moneda corriente.
La “tiránica injusticia y las execrables crueldades” que describiera fray Bartolomé en el Tercer Libro de su Historia de Indias, exigía de la Iglesia piedad, conciencia y misericordia, pero impartir justicia correspondía, como ahora, a los poderes civiles. La Ley divina, la natural y la humana, no pueden ni deben renunciar a la virtud, pero ésta, por desgracia, continúa sin observarse o siquiera respetarse.
En tiempo alguno se ha repetido, con similar autoridad, convicción, valentía y trascendencia, un alegato como el de aquellos dominicos del siglo XVI por la igualdad de los hombres en los hechos, a los ojos de Dios y ante el derecho. Por repasar la historia, por considerar la importancia del Derecho de Gentes y comprobar que explotadores y poderes mantienen intacta una deuda moral que ya dura 500 años, creo que sí, muchas cosas importantes dejó el Papa sin mencionar, pero este de los indios es el pendiente más tupido, más grave y sin resolver: el compromiso más antiguo no solamente por parte de una Iglesia que pudo bautizar naturales a puños y sin letra ni palabra, nada más que para engrosar las filas de la feligresía que, desde el centro de Europa y en ese tiempo, seguían a Lutero al oponerse a los excesivos desvaríos y vicios del clero Vaticano.
La historia es la historia, aunque para nuestra desgracia se ignore absolutamente. Entiendo que el Papa Francisco –quien desde luego me simpatiza- esté removiendo los lodos más arraigados, poderosísimos y reaccionarios de la Iglesia preconciliar. Sin embargo, el tiempo de su discurso corresponde apenas al del postergado y liberador Concilio Vaticano II, lo cual no es logro menor si consideramos las décadas que han transcurrido para que el propio clero pueda reconocer siquiera algunos de sus aciertos. A este ritmo, podemos esperar otros 50 años para tender puentes nuevos.
Pensar, por ejemplo que en pleno siglo XXI el Papa da permiso de oficiar en lenguas originales para que las etnias participen de la Palabra, me deja demudada… Algo tan simple, tan esencial como comunicarse con Dios en la propia lengua… ¿Qué decir?
Los remanentes del clero colonial, la situación de la mujer, el antifeminismo eclesial, secuestros, desaparecidos, niños y mujeres robados y explotados sexualmente, la pederastia, vicios sacerdotales y Maciel, los turbios fondos sin declarar de la Basílica de Guadalupe, 27 mil o más asesinados de manera infame, de los cuales los de Ayotzinapan cuentan 43… Temas que no trató y que muchos hubieran querido ventilar, es cierto, pero insisto: “La voz en el desierto”, el doble sermón de Montesinos, la lucha intacta de los dominicos del XVI y XVII era la gran clave para anudar la injusticia que en todos los aspectos siguen concentrados en los indios, inclusive respecto de la emigración, de los encarcelamientos, de la crueldad, la injusticia, las mujeres... Y eso, tan inseparable del compromiso cristiano en nuestras tierras, no se tocó.
Valoro la misericordia como mensaje religioso. Otra cosa es la responsabilidad, empezando por el Estado. A los poderes civiles debemos exigir el cumplimiento de su deber y la solución de problemas, pues ya será de Dios y su sagrada Madre de Guadalupe prodigar perdonesy buenas intenciones.