Machismo y abuso sexual
La sociedad los crea y la cultura los arropa: violadores, acosadores, abusivos, explotadores, embusteros, hipócritas, prepotentes, chantajistas, padres abandonadores, golpeadores, maltratadores, pederastas, asesinos... La amplia gama del machismo es la cloaca que contamina e impide ascender a las mayorías a estados de dignidad y civilización. Hay quienes, en su infinita necedad, alegan que es de feministas resentidas, amargadas por añadidura, denunciar humillaciones, abusos y hechos discriminatorios que no por practicar y agravarlos durante milenios son menos condenables ni menos reveladores del imperio del Mal que todos, absolutamente todos, debemos repudiar.
Arraigada en comunidades primitivas, la permisividad vejatoria ha tenido a la mujer en el eje de las ofensas y la injusticia. Los padecimientos de mujeres y niños indican cual es el verdadero carácter y la calidad moral y normativa de cualquier cultura, credo o Estado. Nuestra especie lleva el Mal en las honduras del ser. A diferencia de los otros animales, tenemos que domeñar a la bestia interna hasta el último de nuestros días. Educación y reglas en iguales dosis son los instrumentos ya depurados durante milenio para reprimir, evitar y/o sancionar agresiones que han situado a la condición femenina en el peldaño más bajo de la humana consideración.
El saber de experiencia no se equivoca: hay que nacer, crecer y envejecer como mujer para conocer lo que es, lo que no es y de lo que es capaz el machismo. Nada de máscaras, disfraces ni paliativos: nada importan nuestra formación, edad ni origen social porque la mujer -en este caso la mexicana- es la desclasada a la que cualquier patán puede impunemente ofender, insultar, vejar, zaherir, meter mano y algo más: violar, golpear e inclusive asesinar, sólo porque ES MUJER: una pinche vieja. Y se nos agrede inclusive frente a la complicidad de los cobardes que atestiguan las bajezas de sus maestros, sus parientes, sus jefecitos, amigos o colegas; y si no es así, en el peor de los casos los celebran, se quedan callados o haciendo una mueca de ¡qué barbaridad!
No se necesita ser Harvey Weinstein para atribuirse el derecho de abusar sexualmente de actrices que aspiran al guión, situación, papel o nombre en la gran pantalla. Formamos legión quienes sabemos que desde escritores e intelectuales, burócratas, empresarios, políticos y curas que se les dan de muy decentes, puros y respetuosos, hasta albañiles, taxistas y miembros del infinito universo patibulario, los productos mejor logrados del machismo se igualan entre sí cuando, a la sombra, sacan su verdadera naturaleza. Y luego sigue la intimidación, la amenaza, la administración del secreto y el juego de las apariencias que exhiben a la mujer abusada como prenda de la virilidad o beneficiaria de la comprensiva "ayuda" del respetable "don señor", reconocido públicamente por su probidad. "Tan buena gente, él..."
El fenómeno del acoso, del abuso y de las conductas sexuales indebidas es tremendamente complejo, de consecuencias graves y más frecuente de lo que se acepta. Peor en medios que, como el mexicano, es tal la corrupción, la impunidad y el influyentismo que no hay modo de obtener un acto de justicia, por pequeño que sea. Hay batallones de mujeres que hemos denunciado lo que en inglés significa Sexual Harassment o acoso sexual, aunque aquí es algo que se da por sentado y aceptado. Tanto, que hasta la víctima resulta culpable de haber sido agredida porque "se lo buscó".
No es lo mismo llamarse Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie, Ashley Judd o Rose McGowan que Lupe, Juana, María o como tantas maltratadas, asesinadas y humilladas que igualan su desgracia personal a la del México bárbaro que si de algo, sólo se siente orgulloso de sus mascaras. Hollywood sigue siendo la gran pantalla y la voz, el rostro de las actrices, sus "estrellas". De ahí que sus juicios y denuncias adquieran la súbita categoría de escándalo internacional.
Aquí, miles de feminicidios no merecen las ocho columnas de ningún diario. El robo de chicas y de niños no pone la cara roja de vergüenza a los gobernantes ni a los representantes del Poder Judicial. Tampoco las violaciones ni las agresiones sexuales movilizan a esta sociedad, acostumbrada al imperio del Mal y "hecha al modo de la injusticia". En mi entorno y a lo largo de varias generaciones, no he conocido a una sola mujer que se haya librado de actos de acoso, coerción, discriminación y de lo que las buenas consciencias procuran ocultar en lo propio de la vida privada: "lo que no se dice ni al confesor".
Una de las tendencias perversas más elementales consiste en vejar al otro, disminuirlo y subyugarlo por las causas que sean. Zaherir, lastimar, despojarlo de cara y autoestima producen indudable placer al agresor sexual. Y no se dice del trillado "objeto sexual" que ha sido el orgullo de los "hombres de verdad". Al respecto, sólo por citar una sola opinión masculina, me atrevo a incluir un breve pasaje de mi autobiografía inédita porque ilustra la multicelebrada hombría del Tata, el bueno y adorado Cárdenas, descrita con admiración por García Cantú durante una cena con "los meros principales":
"-Algunas veces, habiendo sido citado por el ex presidente en su casa de Pátzcuaro, lo acompañé a uno de sus recorridos por los pueblos de Michoacán. Allá nos íbamos desde temprano en coche, como mejor le gustaba hablar y relajarse. Al divisar las primeras casas, el conductor bajaba la velocidad. Y la gente veía, veía ... Unos animales arreando, otros a pie en la orilla del camino, niños corriendo ... Al reconocerlo, lo saludaban con la mano en alto o sacudiendo el sombrero. Y él, consciente de la gran influencia política que conservó hasta su muerte, les correspondía asomando la cabeza por la ventana abierta. El conductor daba una o dos vueltas para "calentar" el ambiente. Luego estacionaba el coche en un lugar adecuado, mientras bajaba a anunciar que "por ahí andaba el Tata". Tras una señal prevista, don Lázaro salía parsimoniosamente y se dejaba seguir por dos o tres lugareños ... Y luego más, hasta que se juntaba la gente. Volteaba a un lado ya otro mientras llegaba a pasitos hasta la Presidencia Municipal y se quedaba un buen rato en mitad de la plaza, como un santo patrón. En minutos se multiplicaban los campesinos a su alrededor. Le daban la mano, le pedían esto o aquello, especialmente su intervención para mejorar las condiciones del campo. En su oportunidad llegaba un viejo de la localidad y le hacía una indicación en susurro, algo acordado por la costumbre. Y allí se iba don Lázaro, a una ranchería apartada en el descampado, donde lo esperaba una niña ya preparada. Ya se sabe que 'jalan más dos tetas que dos carretas..." Tenía la costumbre de dibujar con su cuchillo un corazón en los árboles con sus iniciales y las de la recién desflorada.
-¿Un "verdadero hombre", el tal Cárdenas? ¡Lo que usted nos está describiendo se llama pederastia y violación!
-No seas tan severa, Martita, hay que ser cuidadoso con el feminismo exagerado... Aquí hay costumbres y otras formas de ver las cosas..."
Otra manera, pues, de ver las cosas. Otra manera de seguir tolerando el submundo autosatisfecho con su medianía, incapaz de grandeza y moldeado por la psicología del vencido, del pobre diablo, del pésimo amante y de todo aquel que se sueña patriarca y sólo lleva en su naturaleza un pequeño y (más) caricaturesco Zeus.
Así que qué bien que las actrices hablen. Qué bueno que hagan ruido e impliquen a las redes sociales. ¡Qué horrorosa la realidad mexicana, tan embustera! Qué tremendo que aquí la voz femenina que habla y dice mucho más siga todavía tan desatendida. Qué bueno, en medio de la pura verdad, que existan hombres decentes que no confundan el agua con el aceite. Qué bueno, para bien de todos, que haya una respetable minoría en ascenso de mexicanos decentes que entienden la gravedad del machismo. Qué terrible, en fin, que el Mal domine aún nuestras vidas en México.