Migraciones: acicate del cambio
El migrante es una de las figuras infaltables en la historia, porque el hombre se ha movido con incertidumbre de una región a otra desde los días del Edén. Empezando por el éxodo comandado por Moisés, hay sin embargo desplazamientos más emblemáticos que otros, aunque todos tienenun sello trágico.
Sin disminuir la importancia de mestizajes y movimientos humanos en la Antigüedad, La Edad Media fue un caldero migratorio por las sublevaciones campesinas, las pestes, insurrecciones urbanas o agotamiento de tierras hábilmente aprovechados por los prophetae y los iluminati, portadores de doctrinas apocalípticas. Es fascinante la lectura de Norman Cohn sobre aquellos líderes de un salvacionismo cuasi-religioso o “milenarismo revolucionario” que agitaban a cielo abierto a miles de seguidores. Más de una vez desperté con las imágenes de la multitud que, en su tránsito anárquico de Flandes al norte de Francia, de preferencia entre los siglos XII y XIII, saqueaba, violaba, fornicaba, paría y engrosaba sus filas con vagabundos, desocupados, mendigos y marginados, sin distingo de lengua ni origen.
Según Cohn, los estallidos migratorios tienen como telón de fondo un desastre o conflicto interno, aplicable también a la Siria de hoy. En el Medievo influyeronlas plagas previas a la Primera Cruzada, el hambre, los movimientos flagelantes de 1260, 1348-9, 1391 y 1400, así como las cruzadas populares de 1309-20. En síntesis, la muchedumbre, en cualquier tiempo o lugar, huye del peligro en olas de agitación que generan una gran violencia. En todos los casos, quizá hasta el singular fenómeno migratorio del siglo XX, los pobres han sido los desarraigados y los más proclives a caer en las redes de la Iglesia, de los obradores de milagros y oportunistas de toda ralea que, de preferencia en el pasado “sacerdotes de vida ligera” que encarnaban la luxuria y la avaritia, eran en todo contrarios al mensaje de ascetismo divulgado por los “salvacionistas”, que también proliferaron, como ahora los bribones que se enriquecen a costa de los desesperados.
La bestial expulsión de árabes y judíos en la España imperial de 1492, complementaria de las atroces prácticas del “Santo Oficio”, supera con creces cualquier infamia contemporánea, relacionada con fugas masivas. Así la hégira de intelectuales, artistas y perseguidos por el franquismo que, trágica y vergonzosa para España, resultó una bendición para numerosas generaciones de mexicanos. Hay migraciones benéficas para la tierra de acogida porque nutren con lo suyo y se nutren de lo nuevo. Baste recordar que no hay un solo científico distinguido con el Nobel o académico, artista, político y/o escritor destacado en los Estados Unidos, por ejemplo, que no sea un migrante él mismo o descendiente de inmigrantes.
La intolerancia religiosa ha provocado tantas o más migraciones que los estallidos civiles y militares, lo cual no significa que estos últimos sean de menor trascendencia o gravedad. Bastaría repasar los éxodos de la Segunda Guerra Mundial, el de los “mojados” que llevan décadas exponiendo sus vidas para llegar “al otro lado” o los que, con lujo de brutalidad, pusieron a los Balcanes en la mira internacional, para confirmar que los movimientos masivos de gente son el hecho más frecuentado, cruel, significativo e irresoluble de la historia y, con especial énfasis, de nuestro tiempo.
Que pocos se interesen en comprender su complejidad no significa que no sea uno de los fenómenos más importantes y reveladores del carácter de los pueblos. Un relato, por ejemplo, como la Cruzada de los niños de Marcel Schwob, ilustra de lo que es capaz el prejuicio cuando se trata de deshacerse de poblaciones “sobrantes”, repudiadas o “incómodas”. Para eso la fe, la iluminación y el misticismo acuden al auxilio de lo más descabellado, como el lanzamiento de miles de niños que, con alguna discapacidad, fueron puestos en manos de Dios para que navegaran en buques maltrechos en pos de Santo Grial. Cada grupo, dirigido por el más avezado, se embarcó de cualquier modo hacia Tierra Santa para desaparecer a poco en la bruma, sin que los ángeles benditos aparecieran a rescatarlos.
De Sur a Norte, de Este a Oeste, por tierra, por mar, entre desiertos, en cubierto, a cielo abierto… las cifras de muertos se multiplican mientras por decenas de miles los marginados o “condenados de la Tierra”, como los calificara Franz Fannon, continúan huyendo empavorecidos de su patria, con las manos vacías, en busca de una vida mejor. Nison los primeros ni los protagonistas de la peor tragedia, pero los sirios que huyen masivamente de la carnicería comandada por la confrontación entre el estado islámico, Bachar el Asad y otras fuerzas en pugna, han puesto de relieve un hecho sin discusión: no hay en nuestros días un solo conflicto interno en el que no estén entremezclados intereses y capitales externos e internos y un lucrativo comercio de armas. Este ya es, por consiguiente, un problema internacional que debe resolverse mediante políticas y normas globales.
El mundo es un inmenso caldero multiétnico y tarde o temprano los países tendrán que aceptarlo. Hoy mismo existen, según la ONU, 60 millones de migrantes sin residencia definitiva. Estamos, pues, en el umbral de un cambio radical, de otro mundo que desearíamos sin fronteras.