Martha Robles

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Narcocultura de arriba abajo

Pensar, leer, hablar o publicar “cosas complicadas”, de preferencia relacionadas con el conocimiento o la crítica, no va con el carácter del país dominado por el crimen, la corrupción y la ignorancia. No entender un texto demuestra por qué México se sitúa entre los últimos lugares del mundo en comprensión de lectura y educación general. Con eso nos identifican propios y extraños, con lo que más avergüenza y denigra, no con lo que nos honra, que motivos existen, aunque estén opacados por lo sombrío.  Así como las grandes culturas engendraron sabios, mentes prodigiosas, obras artísticas, filosóficas, técnicas, espirituales y científicas notables, los mexicanos aportamos al mundo la narcocultura y lo que de ella se deriva, empezando por su impulso de muerte, el cáncer social y su celebración de la barbarie.

Encaramada al listado de brutalidades y pueblos sanguinarios que agravan el dolor del planeta, la narcocultura se ha adueñado de todo, inclusive de la curiosidad intelectual de los más débiles, que forman legión en este territorio que se niega a participar de la grandeza. Esta carrera infernal ha pretendido aniquilar lo bello, lo útil, lo bueno, lo vital, razonable y esperanzador. Y algo está logrando, pues nunca ha sido tan devastador y visible el matrimonio entre el narco, la ingobernabilidad, la bajísima calidad de la enseñanza general y la corrupción. Y así como su triple huella nefasta está impresa en playas, pueblos, escuelas, ciudades, edificios, espectáculos y negocios, también se percibe en las mentalidades,  en las expresiones artísticas y juveniles, en los contenidos literarios y en  la calidad general de la vida. 

La narcocultura se distingue por su expansiva capacidad de frenar, corromper y de preferencia  abolir los logros acumulados de la sociedad. No conforme con propiciar su retroceso mediante la destrucción de lo que integra al Estado esta perversión, enchufada de arriba abajo y de lado a lado,  destruye como río vertiginoso el tejido social, pervierte a los individuos y consigue lo peor que se le puede hacer a cualquier pueblo: mancillar sus ideales y quebrantar su legítima esperanza de un mejor futuro.

Precisamente por el efecto tremendo y el daño que ha causado, cada uno de nosotros debe considerar hasta dónde ha sido despojado del derecho humano a la razón, al saber y al entendimiento. Si no comprende estos párrafos, ¿qué esperar de lo demás, de lo verdaderamente grave que atañe a la vida, a su condición de ciudadano, a su comunicación con los demás, a su participación activa en la tarea de crear un mundo mejor…?

Reyes, Vasconcelos, Antonio Caso, Martín Luis Guzmán y aun el mismísimo Octavio Paz se volverían a morir si les hubiera tocado, como a nosotros, sufrir este vulgar llamado de supuestos lectores o personas instruidas que se quejan del esfuerzo que les representa entender un texto: “Bájele, escriba páginas divertidas, que entretengan y hagan reír…” “Bájele…” Bajar, descender, reducir un texto a viñeta, atentar contra la inteligencia educada, negar de un plumazo el sentido de la formación, lo acumulado durante décadas y ya siglos de esfuerzo inaudito por salir de la postración ancestral. Esa es la consigna que mejor conviene a los intereses delictivos, la de la cerrazón mental, la ofuscación y la negativa a esforzarse para abrir la mente e iluminar el espíritu. Cuantas más pobres conciencia y educación  existan, cuanta mayor la rabia sustitutiva del pensamiento y del saber y a más memes, lugares comunes, comentarios populares, burletas infecundas y el sin fin de boberas y palabrerías que se publican y replican  groseramente en las redes sociales, mayor evidencia del descenso general del país.

Acaso valorar el principio social del esfuerzo personal y social por el que tanto insistieron las grandes cabezas y luchadores del pasado sacudiría este letargo letal. Darse cuenta de cómo puede comenzar a sanar una cultura mediante la calidad intelectual, el saber y la ampliación de oportunidades en general redunda en lo contrario del atraso conformista, de la abulia del perdedor y de la resignación del vencido histórico. Por eso no hay que ceder ante el prejuicio de que el lenguaje y el saber puedan subir y bajar, como si de elevadores se tratara: ¡Vaya concepto elemental de lo que mejor dignifica a nuestra especie, la razón!

Peor suena la común tontería que califica paradójicamente de “elevado y profundo” lo que no comprende por ignorancia o pereza mental. “Colocarse” pues –descender- a la altura del necio sólo es posible entre iguales; es decir, el necio se iguala al necio. El pensante lo es porque ya lo es y no puede dejar de serlo; es decir, no se puede borrar la formación acumulativa y espiritual de una vida. Tampoco hay modo de aparentar lo que no se es. Por más máscara que se ponga el bárbaro, bárbaro se queda. Así el letrado, el meditador o la persona culta: somos lo que somos como resultado de lo que hemos sido y su cabal significación, aunque siempre el proceso de desarrollo pueda  avanzar, detenerse, contaminarse o retroceder.

Ante el humillante triunfo del síndrome de la CNTE y del retroceso histórico que implica el hecho de que los propios gobernantes encumbren la corrupción, eludan  su deber y en el colmo de la barbarie se opongan al cumplimiento de la Ley, hay que recordar que Alfonso Reyes, tan preocupado por la realidad del país, abundó tanto en las desgracias que acarrea un pobre cultivo de las humanidades, de la ciencia y del conocimiento en general como en los beneficios del proceso contrario, especialmente en pueblos con deficiencias tremendas, como el nuestro. De ahí su insistencia en que si bien por donde vaya el escritor y el pensante deben educar, todos debemos forzar al político, al ignorante, al perezoso y a cualquier persona para que se empeñe en  entender lo que le rodea, a enriquecer sus capacidades y no temer la ocasión de aprender de sus mayores, pues de ningún otro modo se participa de “la formidable tarea de crear una gran cultura y un gran espíritu”.

Nada menos que en su hermoso “Discurso por Virgilio” se refirió a “la flexibilidad que  necesita todo sistema aplicable a un pueblo heterogéneo”. Que toda educación nacional  debe empezar por ponderar el saber humano y ponerlo a disposición del campesino y del hombre de la ciudad, del obrero y del abogado. Eso de “no entender” un texto, cualquier texto, sea literario, científico, periodístico o filosófico indica la bajísima capacidad de comprensión de la lectura que caracteriza a la mayoría de los mexicanos. Eso es lo revelador y lamentable. Por eso, ya desde 1931 e inclusive antes, Reyes repetía que el ideal político no debe ser otro que cumplir la gran misión de  “igualar hacia arriba, no hacia abajo”, como se ha venido haciendo de manera sistemática desde la SEP y a costa de la calidad de vida y del espíritu de los mexicanos.

Unificar hacia arriba es el gran desafío que nadie ni nada deben violentar. El signo de muerte y sufrimiento evitable que la narcocultura, el delito y la degradación de los poderes nos ha puesto como señal en la frente debe combatirse de lo privado a lo público. Comencemos a abrirnos al saber y a la reflexión, a la comprensión de lo que suponemos por encima de nuestras capacidades y a la generosa actitud que nos conduzca a unificar no a separarnos en cotos de exclusión cultural.