Martha Robles

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Pobre, muy pobre democracia

“Un abuso de la estadística y nada más”, leemos en El palabrista de Borges. En el extremo opuesto tuvo razón Popper al asegurar que ningún otro modo de gobernar, hasta descubrir y probar algo mejor, supera a la democracia: aunque imperfecta, habilita un tipo de sociedad abierta; es decir, un orden basado en el respeto irrestricto de los derechos humanos, con poderes representativos, tolerancia, equidad con las minorías y, en suma, un Estado con la máxima igualdad contemplada en las leyes, donde los límites de la libertad y sus beneficios sean los mismos para todos: justo lo que más detestan en México los feligreses de López Obrador, ahora concentrados en abolir para dominar el de por sí precario Poder Judicial y cuanta institución se aleje de sus dominios cerrados.

Como corresponde a los ideales, el de la democracia moderna es guía y meta a alcanzar. Sus logros, limitaciones y posibilidades revelan el carácter de la sociedad que asimila, combate o se aleja de un orden social abierto y sin confrontaciones radicales. En ese aspecto -por oposición- debe entenderse el juicio de Borges, pues su experiencia correspondió a la de países que, como los nuestros, arrastran el infortunio del abuso de poder. Conoció las consecuencias del dominio dictatorial y de la injusticia acompañada de inequidad y corrupción descontrolada, lo que explica su ironía respecto de nuestras “democracias” o simulacros de democracia.

 Calificado de reaccionario, conservador y cuando adjetivo lanzan correligionarios de las supuestas izquierdas que no acaban de definirse, nadie podría negar que el argentino sabía lo que decía al escandalizar con esta certeza: “la democracia es buena quizá para los países escandinavos, pero no para los latinoamericanos”. A generaciones de víctimas de malos y peores gobernantes (sin distingo de ideología), nos consta que hay demasiada incivilidad en el dominio personal y absoluto e igual complacencia en los gobernados. Este fenómeno se complementa con instituciones débiles, carencia de educación  política, casi analfabetismo mayoritario, tambaleantes clases medias y poderes legislativo y judicial supeditados, inviables y manipulados por el Ejecutivo y/o la facción en el poder.

Sea por el complejo del vencido, por el sentimiento de derrota, por karma, castigo bíblico, estigma, pobreza cultural o -como aseguran los sabios- porque las antiguas colonias están condenadas a su autodestrucción sucesiva, no podemos negar que desde sus independencias, acá se cae hasta en el surrealismo con tal de evitar la formación de gobiernos justos, aptos y confiables.

Décadas pasan y sigue sin respuesta la misma pregunta: ¿por qué los latinoamericanos en general y mexicanos en particular no superamos la postración? ¿Por qué consagrar a mandamases de quinta que van y vienen ondeando banderas redentoras? ¿Qué hay en estos pueblos que no se superan a sí mismos ni dejan de tropezar con las mismas piedras? No encontramos nada benéfico en la irracionalidad de MORENA. Nada en quién ni en qué confiar: ni en el perfil medio de sus miembros, ni en su falta de programa abierto y a la altura de las demandas nacionales; tampoco  en su ausencia de ideario. Vaya, que MORENA es el perfecto ejemplo del mandato de un solo hombre, su jefe y guía. Nada positivo se espera de su empeño por destruir toda forma de pensamiento crítico, toda expresión distinta a sus intereses y cualquier logro institucional, individual o social encaminado a la apertura social, indispensable para la verdadera democratización ciudadana.

En suma y sin que falte la socorrida demagogia, la “democracia” es la roña que infla urnas y trasmuta en abuso, complicidad en contubernio y corrupción. Al ganador se le cuelgan atributos mesiánicos: el gran salvador, buena persona e inclusive inteligente y hasta culto  -¡qué suerte la nuestra!-, ahora un gobierno con faldas e invariables prejuicios. Luego, la magia de perpetuar la muchedumbre vociferante que adora al buey sagrado, aplaude el retroceso y  consagra una y otra vez, el poder absoluto afianzado por los “hampones democráticos” a los que se refirieran tanto Borges como Popper.

El panorama político de Latinoamérica y el Caribe no es alentador.  El poder personal y absoluto es una tentación demasiado arraigada y superior a la urgencia popular de hacer valer derechos y libertades. Enfermas de populismo y exceso de devoción, las ideologías no desaparecen, sólo cambian de atavíos y añaden artimañas para impedir un desarrollo sostenible sobre las bases de la separación de poderes y el combate a la criminalidad. 

En tanto y la educación sea tan precaria como la justicia y la complicidad con la delincuencia organizada; mientras exista impunidad y se siga mirando a otro lado ante la brutalidad de los narcos; si se sigue engañando con la impostura de una “normalidad” que nos deja la cara roja de vergüenza  y  si la actitud popular continúa tan precaria como el Congreso, no hallaremos nada alentador en el Estado mexicano. Para avanzar y transformarnos otra y actuante debe ser la exigencia social, otra la actitud respecto de nuestros derechos y obligaciones y otra la voluntad de ejercer la crítica, fomentar la cultura e insistir en que el único poder respetable y deseable es el poder electivo del pensamiento educado elevado a logro democrático.