Quedarse nepantla, así los Boomers
A la economía de consumo le desagradan los viejos. Para desgracia de la consagrada y efímera juventud, en unas décadas los mayores de 60 años pasarán de los 605 millones existentes al iniciar el siglo a unos dos mil millones en el futuro inmediato. Para contrarrestar las fobias contra la tercera edad, la industria del rejuvenecimiento y conservación de una apariencia intemporal ha desarrollado un complejo y costoso sistema reconstituyente que, de adentro afuera y de afuera adentro, compite con la obra de Dios. Desde cirugías estéticas hasta dietas, suplementos, ejercicios, terapias y auxiliares cosméticos y farmacéuticos, la lucha contra el tiempo no ha dejado recurso clínico ni totalizador sin probar. Lo curioso, sin embargo, es que en tanto y todos avanzamos hacia una vejez mejor o peor llevada, el antifeminismo y el sin fin de repudios a lo distinto y ajeno siguen virulentos y discriminadores. Veo a mi alrededor y me pregunto si de veras los intolerantes creen que atesoran el secreto de eternidad pues, hasta donde se, mañana serán uno de los otros que aborrecen.
Como nunca antes hubo, hay y habrá adultos mayores con padres vivos. El número de octogenarios y nonagenarios en activo ya no es rareza. Pobres o ricos, hay abundancia de ancianos improductivos con bisnietos. Según sus antecedentes, varía la apariencia entre ellos, pero la crecida de tal muchedumbre anticipa un futuro de costosos servicios asistenciales que pagarán los jóvenes. Lo interesante es que las mujeres viven en promedio entre 6 y 8 años más que los hombres. No obstante su fortaleza implícita, continúan discriminadas en este imperio neoliberal de la ilusión y del apego a lo fugaz.
Gracias a la medicina y a mejores condiciones de vida, abuelos y envejecimiento han dejado de ser sinónimos; pero, viejos al fin, no se libran del desprecio general. La distancia achicada por la web me permite observar a detalle el curso de los otrora transgresores, ocurrentes, libérrimos y hippiosos boomers: ya sin minifaldas, sin melenas al aire ni pantalones de campana y alejados de las arengas airadas y manifestaciones pro derechos civiles horneadas con porros, los protagonistas de los geniales sixties se han igualado a los ancianos reaccionarios que tanto detestaban.
Ayer hippies, izquierdosos, antiestablishment, pacifistas, antirracistas, pro Beatles, ecologistas, espiritualistas, feministas, sartreanos, anticapitalistas, anticlericales, pro unión libre, psicodélicos y defensores de cualquier causa libertaria y justa, ahora sólo son ancianos que día con día ponen a prueba su capacidad de resistencia en un mundo que, sin duda, contribuyeron a trasformar. Un mundo de necios y sordos que no cesa de activar su tendencia a dar cuatro pasos adelante y otros para atrás.
Y mejor que en otros que nunca se distinguieron por nada, en este ejército de boomers sembrado de solteras, divorciados, algunos casados o quizá rendidos por el tedio y todos con las huellas del tiempo en su apariencia, se nota lo perdido y lo ganado por una generación que apostó por transformar al mundo y a poco tuvo que aplicarse a resistir. No más vanguardias ni experiencias lúdicas; tampoco aventuras colectivas en pos de la estética del “fondo es forma” ni estallidos musicales y artísticos que “durarían para siempre”. El fin del siglo los obligó a plegarse a los términos de un nuevo lenguaje, el del “pensamiento único”, que no tardaría en ostentarse como democracia neoliberal, economía de mercado y/o modelo global; es decir, una dizque democracia que ha dividido al mundo en mayoría de miserables y pobres sin destino y la aplastante minoría de los dueños del dinero, de los bienes y del determinismo que se cierne sobre la población mundial.
Y en todo este galimatías enmascarado con etiquetas rimbonbantes para consagrar el consumismo, la juventud y la banalidad de un sistema de poder que más y peor se ufana de su corrupción, su desprecio a la razón, a las artes y a los altos atributos, los Boomers se quedaron en Nobody’s land o, mejor aún: la generación de rebeldes empeñosos que soñó un mundo posible maduró entre embates ideológicos, se estremeció con la caída del Muro de Berlín y se hizo vieja/vieja cuando la realidad le mostró el espejo en el curso del XXI. Supo en un golpe de vista que, incluido su idealista lenguaje de la flor, ya carecía de presencia social y de sentido; pero sobre todo, que ancianos y marginados en el actual reino global del consumismo y del combate sin tregua a las canas y a las arrugas, les vino a ocurrir lo mismo que a Moctezuma y a los macehuales, porque se quedaron neplanta: en punto muerto, en ninguna parte. Despojados de lo suyo, avergonzados de su origen, con la fatalidad de la derrota en la frente, aferrados a una sabiduría propia y marginados hasta la muerte.
Y toda esta cosa de la intolerancia sin fronteras, del repudio a lo distinto, la marginación a mujeres, indios, ancianos, extranjeros, candidatos que no son el mío, religiones aborrecidas, ideas que no comprendo y cuanto suscita el furor implacable y efectivo del fanatismo, del sectarismo y a fin de cuentas de la más pura y agresiva imbecilidad moral, me hizo recordar que “nepantla” era el único estado que definía la situación de los indios, subyugados por la supremacía de los españoles. Único estado que ellos mismos podían nombrar desde la íntima conciencia de su cabal confusión, quedaron en su patria, como los viejos de hoy, “en ningún lugar”.
Es a fray Diego Durán a quien debemos el registro del término nepantlismo, recogido del habla de uno de los naturales quien, al ser reprendido por continuar practicando la idolatría, le respondió que eso ocurría porque allí todavía estaban nepantla. El relato está en Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, escrita por Durán hacia 1579. Lo dicho por el indio al oído del fraile define a plenitud la circunstancia reinante en la actualidad:
(…) Padre no te espantes pues todavía estamos nepantla y como entendiese lo que quería decir por aquel vocablo y metáfora que quiere decir estar en medio torné á insistir que en medio era aquel en que estaban me dijo que como no estaban aun bien arraigados en la fe que no me espantase de manera que aun estaban neutros que ni bien acudían á la una ley ni a la otra ó por mejor decir que creían en Dios y que juntamente acudían a sus costumbres antiguas y ritos del demonio y esto quiso decir aquel en su abominable escusa de que aun permanecían en medio y estaban neutros…
Estar en medio… Estar neutros, sí: esto es lo que aguarda a las poblaciones envejecidas. Ni en una ley ni en la otra, con el sueño quebrantado y el dios foráneo globalizando modos de vivir y no vivir supeditados al monetarismo, a la explotación abyecta de los recursos naturales y a la presión artificiosa de tener que ajustarse al dictado del miedo no a morir, sino a hacerse anciano –peor si mujer- en este monumental mercado que, entronizado sobre toneladas de basura, hace creer a las nuevas generaciones que consumir es vivir y que, con tal de vivir, todo está permitido.