Ya es demasiado. La sociedad debe despertar. Duele profundamente México. Duele el bajísimo nivel de conciencia, de educación, de honradez, de lucidez y autoestima aupado a la indignidad, la ignorancia, la ilegalidad y la bajeza. Duelen el miedo y la inseguridad, el descaro con el que los funcionarios cobran su cuota por cada ladrillo y metro cuadrado que se construye o se pretende construir. Duele el cinismo de los coludidos con narcos y otros criminales y más ofende la inaudita cifra cotidiana y acumulada de asesinatos, descuartizados, desaparecidos... Ofende y preocupa el poder cedido a los militares. Desgarra el dolor de las madres que escarban en busca de cadáveres, del polvo de sus hijos amados o del vestigio que les permita llorarlos. Lacera el abandono de enfermos y viejos, de niños sin acceso a medicamentos, de padres que saben lo que es vivir sin derechos en un país que maltrata y ultraja, un país que honra más a los muertos que a los vivos.
Duele la ironía de Ibargüengoitia al titular acertadamente su novela con el encabezado nacional: En este pueblo no hay ladrones. Duele que no haya autoridad ni instancia para llamar a cuentas, para exigir, sancionar y obligar “a quien corresponda” a actuar con decencia y responsabilidad. Hiere el disimulo, la cobardía, la canalla ruín y despreciable que se exhibe con aires triunfalistas. Pesa el ancestral y aparente enojo del taimado que abusa, encubre, promete la gloria y aplica el infierno, mientras mantiene el ojo en alerta y la lengua suelta para criticar y disminuir al otro. Nada más repugnante que un taimado que engaña, simula y recibe sin dar nada a cambio.
Una cosa es el azote de la naturaleza y otra el caos gubernamental y la complicidad popular con quienes nos avergüenzan. Y sobre la vergüenza, la jactancia y el descaro a sabiendas de que “el pueblo”, como en los días coloniales, se agacha, aprovecha lo que puede y se congratula por haber elegido al verdugo. Pasó el ciclón y arrasó con Acapulco para dejar al desnudo la pura verdad; Verdad que los farsantes empoderados ya ni se preocupaban en ocultar. Verdad que tiene sin cuidado al Gobierno porque ya se sabe que las desgracias “caen como anillo al dedo” a la farsa electoral. ¿Qué hacer con tanta verdad? Ante las ruinas, la verdad: estamos sobrepasados por un autócrata que no oculta su complejo de inferioridad.
Gracias a la definición de ojete de Arturo González Cosío, todo se explica a condición de atender el tránsito psicosocial del vencido que él conoció a profundidad: todo comienza con el taimado histórico que se hace con el poder y asciende al mexicanísimo ojete; ojete que gracias a la acuciosa explicación complementaria de Vilma, hija no menos brillante de Arturo, adquiere sentido porque en lo fundamental el ojete es un cobarde y un canalla que miente, engaña, traiciona usa a los demás y solo obedece a sus intereses personales. Cuando persigue el poder, el ojete promete que bajo su mandato todo va a cambiar para bien. Que todo será diferente a la porquería del pasado y, ahora si, va a abolir desde la raíz tanta corrupción, etc. Para el ojete ha llegado la hora de la redención esperada… Hora que, para el resto de la población, es la pura verdad, como la de “ya saben quién”.
En esencia, la definición corresponde a un carácter multifacético y por todos conocido, pero tolerado no obstante su sello nefasto. Si solía enmascararse, al menos ante los ingenuos, el poder absoluto lo ha llevado exhibirse a cielo abierto para simular, denigrar, traicionar, acabar con las instituciones, columpiarse en la propaganda, embarrar a quienes no lo adulan e imponer uno de los peores -o el peor- gobierno del México moderno y contemporáneo.
Pensador por desgracia olvidado en esta circunstancia turbulenta, Arturo González Cosío fue un estudioso, como pocos ha habido, del hueso de nuestra complejísima sociedad desestructurada. De hecho, a él debemos el término “sociedad desestructurada”, cuyas peculiaridades han conseguido dominarnos. Harto de políticos que prometían la gloria y saqueaban y abusaban lo que podían y de ojetes que pedían favores y pagaban con traiciones, González Cosío agregó a la aún incipiente sociología del mexicano revelaciones (¡lástima que no las publicó!) tan imprescindibles como oportunas para entender el trasfondo del descenso nacional.
Su acierto fundamental, en relación con la sociología del ojete y por extensión del mexicano (como gustaba decir), fue haber señalado que “todo en la historia del Estado mexicano, permea de arriba abajo”. Esto significa que si el de arriba es un ojete, los de abajo también lo son por imitación y complicidad. “El estilo personal de gobernar”, que por su parte examinara Daniel Cosío Villegas, es mucho más que impostura y dominio personalizado porque su gravedad estaría incompleta sin la perspectiva de González Cosío, que me ha recordado Vilma: todo permea de arriba abajo en el Estado mexicano… Si tal imposibilidad para la democracia sucede en una sociedad tan desestructurada como ésta, por si mismo habla la consecuencia imperante: el sello MORENA; sello nefando porque, correlativo al “estilo personal de gobernar” y al estigma histórico de que todo permea de arriba abajo, ha conseguido igualarnos en masa hacia abajo. Agréguese, para colmo, la manipulación oficial para desacreditar cualquier empeño minoritario por conseguir que lo bueno, razonable, constitucional, institucional, conveniente y necesario invierta la tendencia de permear y en vez de arriba abajo una mejor educación consiga contrarrestar la concentración del poder y democratizarlo de abajo arriba. Solo así se podrá modificar la costumbre del poder y el orden social.
Es innegable que la taimada y canalla maquinaria morenista, fortalecida a costa del erario, nos ha impedido invertir este tremendo estigma. Si bien lo arrastramos desde el siglo XIX, con el de por si chabacano lópezobradorismo se ha alcanzado el punto más alto de desestructuración social. Si lo que se permea desde arriba es la canallada no es de extrañar que abajo se potencie el pillaje y la indignidad en todas sus expresiones. Sin que nadie lo hubiera imagínado, porque así son las jugadas del destino, de ahora en adelante tendremos a Acapulco en la cima de la desestructuración social.