Leerlo estremece. Nos espetan las noticias más brutales como si de algo irremisible se tratara. Las cuencas huecas del joven desollado están en mis pesadillas. Un alcalde en fuga. El guerrerense que se dice gobernante. Criminales que viajan en patrullas. Funcionarios coludidos con los narcos. Narcos que se reproducen como cucarachas. Policías/verdugos que asesinan, extorsionan e intimidan. El obispo que arremete contra homosexuales y dice con la fresca que solo falta permitir la unión con animales. Un Euriviel que gasta fortunas en publicitar sus idioteces. El presidente atareado en demostrar que la bonanza toca las puertas del progreso. Reformas que empobrecen y pobres tan pobres que “botean” airados para sacarle unas monedas a infelices carreteros que tienen la desgracia de transitar en mala hora por los caminos de la muerte: el infierno está en este país. La indignación me escuece el alma…
No más: dan ganas de gritar en pleno rostro a la mal llamada autoridad. No más sangre ni muchachos malogrados. No más fosas clandestinas. No más discursos ni pregones triunfalistas. No más abusos, fraudes, mentiras ni recompensas espurias. No más dinero malgastado en partidos políticos corruptos. No más Oaxaca que arde, niños despojados de futuro, madres dolientes, hambre en los pueblos, congresistas sinvergüenzas, patrulleros asaltantes, concursos amañados, trampas y más trampas en toda la República: el país, señores, está desintegrado.
Y nosotros, impotentes ciudadanos que caímos en el juego de las urnas, toleramos con la boca abierta y la cara roja de vergüenza la mayor injusticia de la historia. Nosotros, los de a pie, miramos pasar el horror con la piedad que pide al cielo clemencia, convencidos de que no hay ángel guardián, guadalupana ni ángel exterminador que limpie el río de sangre que serpentea por las calles de Morelos, Michoacán, Guerrero, el Norte, el Sur, el Este y el Oeste. Somos “los otros”, los de abajo, “los condenados de la tierra” que dijera Fannon hace siglos, cuando el mundo no probaba aún el furor de la crueldad abyecta, cuando las ideologías intimidaban y las buenas gentes se distraían con karidades recogidas en los bailes. Nosotros, los del “despertar de la conciencia”, caímos hasta abajo, donde los pisotones no son nada comparados con el yugo de una realidad que pone a temblar a nuestros padres en sus tumbas.