La forma no es fondo. No en procesos electorales. No en coaliciones partidistas de equilibrio imposible aquí y ahora. Tampoco entre saltimbanquis y chapulines sin divisas propias, a menos que el oportunismo sea correlativo a la pobre convicción política, picada de populismo, que ya se presume pragmática por perseguir la alternancia… Cuánta falta hace la memoria. Cuánta falta hace la enseñanza de la historia… Pero, sobre todo, faltan sagacidad y patriotismo.
Sin ideario, sin doctrina y sin sustentos éticos confiables, solo por ambición, conveniencia y afán de abatir al enemigo común “en términos pragmáticos”, los partidos contrapunteados optan por la unión libre en México, animados con un solo propósito: remover al dueño del feudo para ocupar su lugar mediante “gobiernos de coalición”. Sin estrategias firmes ni sólidas reformas tanto en la administración pública como en el Partido de procedencia, sin embargo, los malos matrimonios no tienen por qué significar avance ninguno; muchos menos tenemos por qué suponer que, con tales “jugadas”, será posible un cambio de estructura en el sistema de poder.
Hasta ahora y a diferencia de “las Chuchas cuereras” de antaño (figuras que aún aguardan un buen análisis en la historia del poder), los políticos mexicanos prescinden o adolecen de lo fundamental: visión política. De ahí que no se atrevan con proyectos específicos de desarrollo, obligaciones sociales ni planes de gobierno. Para nuestro desaliento, quedó por sentado durante las campañas electorales que, sin distingo de facción, la rebatiña de fondos y poder es lo fundamental. En segundo, tercer o ningún plano siguen la calidad de la República, el bienestar de la ciudadanía, el modelo de mexicano por el que hay que trabajar y el saneamiento institucional. Aquí, la prioridad es una: el poder por el poder mismo o lo que en términos clásicos, en nuestra situación, equivale a afirmar que “el fin justifica los medios”. Al respecto, no puedo dejar de recordar a Gracián en su Arte de la prudencia, quien a diferencia de Maquiavelo sopesaba la circunstancia e inclusive la cuestión ética al asegurar que es válido todo buen fin, aunque lo desmientan los desaciertos de los medios. Lo prudente, por descontado, consiste pues en precisar ese buen fin.
Está claro que con la tentación del populismo tocando a nuestras puertas, tampoco interesa prefigurar un modelo de país con equilibrio laboral, con justicia, derechos, oportunidades vitales y obligaciones. Como no sean vaguedades y lugares comunes teñidos de amenazas contra éste o aquél bribón -que caerá en el limbo histórico porque el Poder Judicial y el sistema son una porquería-, nadie ni nada se preocupan en disponer un México regulado. Por eso nada sabemos respecto de un esquema económico, cultural, institucional y social aplicable en el corto o mediano plazo, sea a nivel estatal o federal. Hay que insistir, por consiguiente, en que el problema, por sí mismo, indica la solución inminente: abolir las extremas desigualdades, la inseguridad y el atraso indignante porque, de no hacerlo, la desintegración de la sociedad avanzará más y más hacia rumbos que no queremos ni imaginar.
Ni durante ni después de las contiendas, los mexicanos observamos congruencia con principios republicanos, propuestas concretas ni compromisos políticos compartidos, sanos y abiertos, al menos con ciertos tentáculos que, para bien o para mal, mueven al país: los medios de producción, el control del dinero en unas cuantas manos, la política exterior, la clases trabajadora, la situación del campo y las clases medias. Al respecto, quizá fue Lázaro Cárdenas el único gobernante que, con documento, acciones y claridad de por medio, se comprometió con un Plan Nacional de Desarrollo que, al menos en lo fundamental, modificó la inercia devastadora que imperaba en el territorio, agravada por los saldos de violencia extrema que campeó hasta en el último rincón del territorio.
Y es que la rebatiña por el poder a como de lugar, es el santo y seña de la supuesta democracia en México. Una democracia “de urna”, de pocas o nulas acciones, insensible al alcance de las redes sociales, indiferente de la juventud a la que no se le abren espacios ni oportunidades y enemiga de los niños, de la tercera edad y de las comunidades indígenas. Una democracia en pañales y ya obsesiva. Por eso repite, en vez de mensajes convincentes y sanadores de los instituciones, amenazas pregonadas como moralina para castigar al vuelo a éste o aquél sinvergüenza. El uno lanza el castigo por venir consciente de que el Poder Judicial es una porquería y el amenazado se sienta en sus reales consciente de lo mismo, porque seguirá atado al sistema de complicidades y componendas que a ambos los dota de sentido. Todo revuelto para que todo siga igual… Así, como lo viera Lampedusa.
Está visto que no es la costosísima y torpe partidocracia existente la que sacará al país de su atraso y a su ya insostenible corrupción generalizada. Faltan ideas, ideólogos, estrategos, institutos políticos, programas, compromisos, organizaciones juveniles, propuestas modernas, demócratas, presiones directas a las instituciones y decencia, mucha decencia en todos los partidos para enderezar el cochinero. Ni votos sin capacidad electiva ni populismos indeseables ni presupuestos exorbitantes garantizan el cambio que ya es inminente e inaplazable en México. Cuando el cáncer avanza, nada lo para. En eso estamos, pero no parecen advertirlo quienes controlan las riendas del caos desde las facciones y los poderes en comandita.