Durante años y décadas han sido miles, millones de mujeres y niñas atacadas por psicópatas impunes, orgullosos de su bajeza e imparables en sus acosos, inclusive durante la vejez. Es tan tremendo el impacto de la agresión sexual que las víctimas se debaten entre el deseo de morir y el impulso de sobrevivir. La vejación sexual está entre las torturas extremas. Saña por excelencia, soldados, invasores y la más baja ralea violan como sello de supremacía para anular al derrotado. El pene es el arma que sigue matando después de atacar: penetra, desgarra el alma y abre una herida tan honda que el dolor dura hasta después del dolor.
Si la situación de la mujer y su prole es en el mundo medida de la realidad social, la indefensión femenina lo es del atraso de la cultura. Maltratar, zaherir, someter, acosar, usar a la mujer distingue a organizaciones tribales, sin instituciones democráticas. En eso consisten las grandes contradicciones del México contemporáneo: avanzar económicamente en ciertos aspectos, fomentar la partidocracia, simular gobernabilidad y, mientras se enmascara el machismo, dejar que la criminalidad marque el paso a la ciudadanía intimidada. Dada la ínfima calidad cívica y judicial del país es posible violar, esclavizar, secuestrar, asesinar y ejercer cualquier tipo de violencia contra la mujer, inclusive con la complicidad de partidos políticos y gobernantes que, de menos, hacen mutis ante el espectáculo dantesco.
No es casualidad que las causas femeninas encabecen las grandes reivindicaciones de los derechos humanos en el mundo. Al Estado mexicano, sin embargo, le tiene sin cuidado la extrema indefensión de las mujeres y su prole. Por eso los delitos se agravan. Por eso la historia ha sido una y la misma: todas calladas, todas arrastrando la indignación y el secreto deseo de desenmascarar a los agresores, exhibirlos y exhibir donde las miserias ocultan su prerrogativa. Todas conscientes de la inexistencia de derechos. Y todas aun contra su voluntad y en detrimento del imperativo moral por su natural indefensión, al callar encubren la barbarie del agresor a causa del miedo teñido de íntima vergüenza.
Todas, todas las mujeres sabemos que se protege a los criminales y que se les ampara a la sombra del erario. Sean niñas, adultas, niños e inclusive jóvenes -como los violados y/o abusados por curas-, las víctimas quedan irremisiblemente paralizadas de terror, impotentes y mordiendo la humillación. Amenazadas, intimidadas y conscientes de que no ha habido dios, autoridad ni justicia a quién acudir ni confiar, quedan marcadas de por vida. Sin distingo de edad, el agredido sabe exactamente en qué clase de país vive porque, por donde mire reina el desamparo.
Todas las víctimas tenían y aún tienen que "aguantar" en este México donde los hombres son tan buenas personas que “ayudan” a las mujeres: así la ley del machismo. Eso, sin contar decenas de miles de feminicidios impunes. Eso, sin agregar golpes, violencia ciega y sorda, humillaciones públicas y privadas, controles, vejaciones, acosos, amenazas, explotación sexual…
Que nadie se atreva a decirnos que ésta no es una sociedad enferma. Que nadie nos hable de democracia ni de justicia social. Que la porquería de la 4t, experta en embustes, bajezas y complicidades que solo nos avergüenzan, no se atreva a pregonar que “le interesan las causas de las mujeres”. Pueden “interesarse” en mujeres, pero jamás en nuestros derechos. Jamás en la salud mental ni física ni sexual ni política ni familiar ni de ninguna índole. Que nadie presuma de "liberal", "comprensivo", "respetuoso de las mujeres, de todos los seres humanos...", como dice el cínico pregón de la mañanera. Los machos todos y sin excepción son el peor producto del más rancio, infecundo y feroz conservadurismo: nada de máscaras ni engaños. Los hechos hablan por si mismos: este de la 4t es un gobierno reaccionario, ultraconservador si los ha habido.
¿Dónde están? ¿Quiénes son los verdaderos liberales? ¿Dónde está el espíritu republicano?
Basta de cuentos para bobos. Solo y solo la justicia equivale a madurez política. Solo y solo mediante el respeto irrestricto a los derechos humanos se puede hablar de democracia. Solo y solo con un sistema de salud digno se demuestra la decencia de los gobiernos. Solo y solo mediante una política laboral e institucional razonable se puede hablar de avance respecto de la equidad de género. Solo y solo con la protección irrestricta de las madres y los niños se puede creer que el gobierno cumple el derecho fundamental de todo ser vivo: derecho a la salud, al alimento, al trato digno, a la educación, a la vivienda, a la equidad…
Solo la justicia habla y dice lo que hay que decir.
Maestros, parientes, políticos, intelectuales, empresarios, obreros: no hay rechimal libre de psicópatas, violadores, abusadores ni enfermos. Hay que celebrar la valentía de esta generación de feministas por atreverse con todo, por denunciar lo que diario se repite en este muladar. Muchas llevamos décadas luchando sin descanso, pero la realidad ha sido más feroz que nuestra capacidad. Otro “día de la mujer” se nos viene encima. Otro más con escándalos sexuales, feminicidios, burlas de gobernantes. Injusticia y más injusticia.
Hay que apoyar a quienes se atreven a denunciar. Hay que ser solidarias, compasivas, tolerantes con su enojo: tienen razón. Tenemos razón. Basta de payasadas e ironías que solo avergüenzan. Hay que decirlo y decirlo alto, para se se escuche bien:
El peor, el peor y más peligroso conservadurismo es el enmascarado de liberal: “comprensivo”, “cariñoso con las mujeres”, “respetuoso de las mujeres, de todos los seres humanos…” Cinismo puro de los enamorados del poder, autócratas, inhabilitados para la compasión, la justicia, el gobierno y la solidaridad. Entronizados en la hipocresía, en la palabrería se amparan quienes se atribuyen el derecho de disponer de la libertad y hasta de la vida de las mujeres. Cualquier vertiente feminista estalla y cae en el sinsentido al toparse con el enmascarado de liberal. Qué, no lo entienden? ¿Es tan difícil la obviedad?
Nunca, nunca debería sentirme obligada a escribir páginas como ésta. Yo amo las letras por sobre todo, pero más amo a la justicia. Todos sabemos cuán pavorosa y bajuna es nuestra realidad. La tenemos encima. No miremos para otro lado. ¡No seamos cómplices de tanta y tan corrompida barbarie! ¡Acabemos juntos y de una vez con tanta infamia!