Los dos estigmas de la fatalidad mexicana se imponen de nuevo y nos sale caro: corrupción e improvisación. La verdad, es fatigante: lo decimos aquí, nos los gritan afuera y nosotros, “aguantadores” para no romper la costumbre, esperamos a ver que hará el ángel del mal cuando asuma el poder. Entonces, el gobierno decidirá una estrategia y la sociedad, abatida, humillada, fastidiada, devaluada como el peso y con el futuro más turbio que nuestros pobres ríos contaminados, avanzará hacia atrás, como los cangrejos: ninguna actitud que nos coja por sorpresa. ¿Por qué habríamos de ser previsores, eficientes, adelantados, autosuficientes o arrojadizos si tales cualidades no están en nuestro mapa genético?
No queremos consulados con máscara de “Amigo”. O al menos no únicamente. Además de relaciones firmes con los Estados Unidos, internamente urgen justicia, decencia y fuentes de trabajo, educación, viviendas, servicios asistenciales, cooperativas y estrategias de desarrollo sustentable. Urge abatir la criminalidad de arriba abajo, garantizar la seguridad y cumplir con responsabilidad los deberes irrenunciables del Estado. El defecto de Trump ha dejado al desnudo los nuestros y, hasta ahora, no hemos puesto en marcha nuestras virtudes.
La parte vergonzosa es que mientras los gobernantes saquean a puños para atesorar con parientes y cómplices los recursos de sus estados o de la federación, masivamente se van “al otro lado” los “desheredados de la tierra”. Despojados de presente y de porvenir, jóvenes de varias generaciones han arriesgado hasta la vida por la esperanza vital que su patria, y la patria de sus mayores, les ha negado entre otros derechos esenciales. La realidad está alcanzando su máximo nivel de riesgo con el triunfo electoral de la mitad de estadounidenses que, en boca de Trump, han expresado fobias, racismo, prejuicios y repudios profundos. De ser cierta la deportación inmediata de millones de migrantes, nuestra desestabilización será tremenda: ¿qué hacer con tanta gente? ¿Con qué responder a sus necesidades si no podemos con tantos rezagos?
La otra verdad es que no puede eliminarse de la noche a la mañana la importante relación económica, social, laboral y comercial que compromete a ambos países. Son de esperar ajustes, sin embargo, a favor del vecino, lo cual redundará negativamente en la vulnerable situación interna, agravada por la delincuencia. Ante la amenaza que se cierne sobre nosotros, no queremos consulados, sino un país estructurado y adelantado. En vez de tanta resignación colonial, una buena dosis de espíritu de superación nos vendría como agua de mayo. Por su talante recio y emprendedor Japón y Alemania, por ejemplo, se levantaron ejemplarmente después de su derrota, e inclusive observaron sus errores. Los mexicanos, sin embargo, pasamos de un siglo a otro entre apuros, desigualdades, fracasos y desgracias que, entre las más dramáticas, son visibles las causas que expulsan a nuestra gente: desarrollo rural, educación, seguridad, alimento, vestido, vivienda y, en suma, la miseria extrema de cuando menos 52 millones de mexicanos que sufren en carne propia las consecuencias de la riqueza concentrada en un puñado de intocables.
Así que no hay que culpar a Trump por los rebotes circunstanciales de nuestra malhadada dependencia. Tampoco de nuestra falta de capacidad para construir el México por el que hemos empeñado recursos y capacidades. En régimen alguno se racionalizó el comportamiento de los modos de producción para alcanzar el éxito mediante la maximización del rendimiento y la minimización del gasto innecesario. Mal educados y desprovistos del espíritu arrojadizo del esfuerzo y del deber de superarse, tampoco aprendimos a vencer el estigma de la derrota, cifra del complejo de los vencidos.
Para no meternos en honduras, digamos que nos cayó otra tormenta y nos pilló descuidados. De que ahí venía el lobo era anuncio tan sabido como desatendido. Pudo más la codicia rapaz de gobernantes espurios que el patriotismo, el deber civilizador y el compromiso de mejorar al pueblo para superarlo y superar la situación del país. Saqueados por los mismos que debían resguardar los sagrados bienes de la nación y engañados por la cáfila de beneficiarios de nuestra democracia espuria, los mexicanos no podemos ni debemos agacharnos ante esta nueva y atroz amenaza. Es hora, de echar a andar la justicia y la maquinaria del desarrollo racionalizado. No hay ninguna razón para continuar como agachados históricos.
La Independencia se declaró en 1810. Después de más de doscientos años, ya es hora de abandonar lamentos. Es hora de superar defecciones. La historia nos obliga a romper con el estigma del vencido. No tenemos porque suponernos incapaces de estructurar racionalmente nuestra realidad. Empecemos por corregir los espantosos errores que nos paralizan y nos dejan inermes, sometidos por pillos y bribones, expuestos a la agresión letal de los criminales. Como ciudadanos, exijamos a los gobernantes cumplir con su deber y a las instituciones lo propio.
La hazaña no es imposible, sólo hay que atreverse y dejar de sentirse víctimas indefensas. Que de eso ya estamos hasta la coronilla.