¿Merecemos esto los mexicanos?

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No son 20, 30, 40 ni 50 los desaparecidos. Son miles de secuestrados y/o asesinados durante los años recientes sin que, a la fecha, las autoridades cumplan el deber de informar sobre la compleja trama de una criminalidad que tiene en vilo a la población. Quemados, desollados, vejados, cosidos a balazos, desnudos o vestidos, aparecen cadáveres o sus restos por decenas o cientos en fosas dispersas por los cuatro rumbos. Aquí, como con los chichimecas: “naiden vido nada, naiden supo nada, naiden es cómplice de naiden…” Tampoco hay funcionarios coludidos y nuestra clase política es el orgullo de las generaciones: producto de un empeño sostenido para convertir el estilo de gobernar en modelo de eficacia y probidad.

Ironías aparte, lo cierto es que los malos parecen más listos que los buenos o quizá todos son tan malos, pero tan malos, que en la otra orilla solo quedamos los que ingenuamente creemos posible un México menos vergonzoso y brutal. Con sistema educativo tan precario, no es difícil entender por qué “la inteligencia” y su complementaria investigación no le arrancarían un pelo a Ágatha Christie ni plantearían una incógnita elemental a Sherlock Holmes. Mientras que los franceses sometieron a los terroristas en menos de 24 horas y se puso en alerta una amplia red de espionaje (que a fin de cuentas probó sus fallas), aquí pasan meses y años inventando discursos, galimatías y enredos para cargarse a los inocentes y dejar impunes a los culpables.

No se les pide perfección, sino responsabilidad. Del Procurador para arriba y abajo se participa del mismo torneo de mentiras. No hay un valiente que se atreva a contradecir. Las “autoridades” arrojan cuentos carentes de lógica e imaginación, trátese de autodefensas, sediciosos, narcos o lo que sea, que da igual. El trato que se nos da a los mexicanos es humillante. Y esto puede, pero no debe seguir.  La justicia brilla por su ausencia.  ¿Qué se oculta? ¿A quién o a quiénes se está protegiendo, para qué y por qué?

A los militares, ni tocarlos. La policía… ¡que Dios nos libre! ¿En quién confiar? Está tan intricada la red de complicidades que, como el Nudo Gordiano solo destruido por el hachazo de Alejandro el Grande, aguarda al héroe que se atreva en su punto más vulnerable con un golpe de espada. De pésima memoria y amplia tolerancia para la perversidad, el país dio carpetazo a los feminicidios con el mismo descaro con que se lanzaron a la indiferencia, la fatiga o al olvido los crímenes contra los migrantes. Ni qué agregar sobre el desfile de ofensas impunes, violaciones y abusos sexuales por parte de curas, maestros y “machines” sinvergüenzas... Y todo lo demás.

Con una justicia tan degradada como la sin embargo débil democracia, la corrupción hace posibles las infamias más innimaginables… Y todo, en apariencia, sigue igual: el enojo impotente de las víctimas, el dolor sin protección del Estado, la inseguridad y la costumbre de amañar la verdad, alterarla u omitirla. Respecto de renglones no menos gravosos destaca la desfachatez con que los partidos políticos eligen entre la porquería a sus candidatos. Y lo asimilamos chistando o sin chistar, pero con el mismo complejo de inferioridad del “agachado” histórico.

Que no se diga que esto es democracia.  Propia de dictaduras, teocracias y regímenes fundados en la complicidad delictiva, la realidad ya ni enmascara su fondo cenagoso. Hay que insistir, aunque la mayoría no lo valore: solo mediante el desarrollo de la cultura habremos de salir de este embrollo. Educación, cultura, ideas, crítica, arte vivo, conocimiento: debemos reorientar nuestra inteligencia para rescatarnos, no para lamentarnos ni aborrecer al país.