Nunca tengo un último encuentro con la desconcertante Lou Andreas-Salomé. Desde la lectura de Mirada retrospectiva, vuelve a mi vida en cualesquiera de sus formas: su correspondencia con Freud; el estudio crítico de H.F. Peters sobre su vida; sus propias páginas en Aprendiendo con Freud durante el 1912 mágico para ella y del que saldría reconocida como psicoanalista (única mujer entonces en el Círculo y el memorable Seminario de Psicoanálisis de Viena); la minuciosa biografía de Stéphane Michaud que la presenta como una seductora capaz de desquiciar y animar a los hombres que se cruzaban en su complicada vida; además, referencias ocasionales, como las minuciosas de José Antonio Marina y la película de Liliana Cavani Más allá del bien y del mal (1977), que daría de qué hablar durante décadas por enfatizar el legendario y peculiar mènage á trois protagonizado con Nietzsche y su discípulo Rée.
Ahora, gracias a una nota en El País, me entero del filme biográfico realizado en 2016 por la alemana Cordula Kablitz-Post, que desde luego buscaré. Con seguridad la visión actualizada y testimonial de esta directora tratará mejor que su antecesora Cavani la dificultad de ser, actuar y relacionarse de una mente femenina singular. Contradictoria y pensante, Lou dejó su inocultable huella en la obra de Freud y en el superhombre de Nietzsche, donde un lector avezado puede hallar vestigios de su voz; ni qué decir de su vitalidad en la poesía de Rilke, de cuya intensa relación, marcada por los 20 años que ella le adelantaba, surgió más de un fruto poético, empezando por el ajuste del nombre del poeta peregrino: Rainer. Lou Andreas-Salomé, por consiguiente, fue pródiga consigo misma y un surtidor de ideas para quienes, entre finales del XIX y principios del XX, cambiaban radicalmente el rumbo del pensamiento.
Libre, calculadora e inconmovible, desde niña tuvo el arrojo de ser ella misma, de probar con sus compañeros privilegiados –incluido el “patético” marido que le dio el apellido Andreas- un golpe de “nueva moral” que seguramente contribuyó a depurar su visión psicoanalítica. Empecinada en cumplir una vocación de saber sin restricciones, aspiró a la idílica libertad total, no obstante los convencionalismos en boga. Nada la arredraba, y menos su relación con los hombres, condicionada por términos establecidos por ella: algo que no sólo desconcertaría, sino que causaría inevitables conflictos de rivalidad, celos y confrontación como los documentados, hacia sus veinte de edad, entre Nietzsche y Rée. Pionera del feminismo moderno, logró para sí lo que para numerosas escritoras y científicas en pleno siglo XXI sigue siendo aspiración incumplida: unificar pensamiento, autosuficiencia y acción en un estilo de vivir consecuente con los derechos, las oportunidades y las libertades propias no de las políticas de su hora, sino de las democracias avanzadas del siglo XXI. Su pasión intelectual, aunada a una tremenda autoestima sin la cual no hubiera accedido al masculinizado universo de la razón, fue eje de su vida. Antepuso la fuerza de las ideas al deseo sexual e hizo valer, aun en las circunstancias más arriesgadas, su decisión de persistir en el conocimiento elegido en vez de caer en las infecundas redes del matrimonio o de las demandas comunes entre parejas.
No es la primera ni la única mujer dotada que deja una marca en la historia, pero Lou Andreas-Salomé es una de las reflexiones obligadas sobre la cultura del siglo XX desde la doble perspectiva de la mujer aventurada en rupturas y de las mentes de excepción. Más que la propia Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Hannah Arendt, Marguerite Yourcenar, Susan Sontag o Alma Mahler por otras causas–, esta psicoanalista pionera y escritora original representa el poder de la palabra como vía de salvación, encumbra el concepto de la libertad ante la presión de los tabúes, acentúa con el testimonio de su vida la correlación entre sexualidad y pasión intelectual y demuestra que la influencia de las individualidades en la transformación de las culturas es innegable: síntesis nada menor cuando se trata de entender el drama y el desafío que marca a las mujeres geniales (recordemos a Sor Juana).
El talento es difícil de definir, fácil de reconocer y muy problemático de sobrellevar. Es como tener encendida una lámpara interior. Flecha del pensamiento, intuición abierta, motor en activo, sensibilidad a flor de piel, entendimiento de golpe, asociación veloz, inferencia pronta, memoria viva, juicio ágil, inadaptación y correspondencia entre la palabra y la idea. Las entrelíneas biográficas de las mentes de excepción dejan huellas en clave para que “los otros”, los que vamos atrás, exploremos su “carta de pensar” o mapa de lo inescrutable para que podamos bucear, no obstante con límites, en este enigma del ser sin el cual no existirían las ciencias, la filosofía, las artes ni las obras mayores de la palabra y la música, de las matemáticas, de la física, la arquitectura, etc.
Perturbadoras, las genialidades no han sido bien acogidas por sus coetáneos; peor si mujeres. La mayoría desea el talento para sí, pero le inquieta el ajeno hasta grados enfermizos: los observan, los enjuician y se afanan en escudriñar hasta en pormenores su intimidad. Y por ser distintas, las mentes brillantes se vuelven amenazantes, a veces ariscas, difíciles de comprender y de tratar por su inadaptación natural. Deben aislarse para sobrevivir. Nos beneficiamos de sus frutos y el mundo es mejor gracias a sus logros, pero sus vidas están lejos de ser sencillas. Así la de Lou: de ahí que, por su notable singularidad, no decline la curiosidad por desentrañar más y mejor este peculiar ejemplo de feminista consumada e inteligencia fecunda a pesar de su circunstancia y del yugo fascista, pues murió a los 76 de edad en Gotinga, Alemania, el 5 de febrero de 1937.
Por la vía de las letras y el pensamiento siempre estarán Nietzsche, Freud y Rilke para dar cuenta directa o indirecta de lo que representó su nada convencional relación con esta notable rusa. A la historia del feminismo, por otra parte, ha correspondido rescatar el signo de su inteligencia judía como emblema de devoción por el saber. Agréguese que llevó la libertad como segunda piel y la voluntad de desarrollar su genio sin ataduras amorosas, sexuales, maternales ni de ninguna otra índole. Y precisamente por sus peculiaridades no faltan estudios que la consideran modelo genuino del superhombre de Nietzsche, pues tras unos diez años de tentativas, el filósofo pudo consumar esta obra gracias a su benéfica influencia.
Con las licencias literarias de rigor, es fácil imaginar el deslumbramiento del muy neurótico y misógino autor de Más allá del bien y del mal y de Así hablaba Zaratustra al conocer a esta sagaz y hermosa muchacha, naturalmente crítica e inquisitiva, nacida Luíza Gustánova Salomé en el San Petersburgo imperial de 1861. Quizá por sus delirios de sobra conocidos, sus episodios amorosos, encabezados como se sabe por la inaccesible Cósima Wagner, Nietzsche es el nombre que invariablemente se infiltra entre la realidad ficticia teñida de dependencias familiares y la ficción verdadera, cifrada por su locura genial.
En su crítica a la biografía de Stéphane Michaud, José Antonio Medina hizo de la persona de Lou, en unas líneas, el personaje que ha trascendido durante generaciones por provocar, indistintamente, muestras de admiración extrema y reacciones de repudio por su supuesta inconsistencia, un egoísmo excesivo, su incapacidad de vincularse a nadie y esa crueldad que, al decir de sus conocidos, fuera causa de grandes sufrimientos. Los contrastes de su personalidad no disminuyen el misterio de su enorme talento. Y eso, junto al enigma del lenguaje, sigue siendo uno de los interrogantes humanos que nadie, nunca, ha podido esclarecer.
Por lo pronto, vale transcribir unas breves líneas de Marina para dejar en claro que en tratándose de una genialidad femenina, nada, absolutamente nada -incluida la parte oscura-, la hace distinta a los hombres, por una causa: la condición humana es una y no reconoce géneros. Así, Freud le reconoció “una frialdad sorprendente. Nietzsche estuvo a punto de suicidarse por ella. Paul Rée tal vez lo hizo. Su marido -una figura patética- lo intentó en su presencia. Rilke expresa en un poema esta contradicción: “Tú fuiste la sublime que me bendijo/ y te convertiste en el abismo que me devoró”. Su gran amiga Frieda von Bölow le dice en una carta: “Como la araña, tejes la malla de tu fina tela, desde ti misma y te instalas en su centro, feliz y sorprendida, atrapando moscas y mosquitos para devorarlos. No te tomes a mal la comparación. Pues eres hermosa, resplandeciente y calurosa como un sol”.