Cuando la disidencia no estaba subsidiada en México; cuando los que se presumen de izquierda no vivían enchufados a las nóminas ni tenían bonos, aguinaldos, guaruras, inversiones bursátiles, casas de campo, coches ni trajes acharolados; cuando el marxismo-leninismo abanderaba a los idealistas y las convicciones ponían en riesgo la libertad o la vida, José Revueltas luchaba por “la causa” con una pasión rayana en la religiosidad. Con ese espíritu desafió el predominio burgués, la injusticia capitalista y la brutalidad de los “gobiernos revolucionarios”. Pasó a la historia como un militante arrojadizo, acostumbrado a cárceles inmundas, inclinado al heroísmo y dotado con tan inusual honestidad y conciencia crítica que desde su infancia destacó por su rebeldía y su inteligencia deslumbrante.
Hombre de ideas duras, describió una época de cerrazón, estupidez moral, crueldad, inexistencia de libertades y dominio absoluto: realidad que no se limitó al poder ni a la Iglesia católica, también abarcó el clericalismo marxista. Revueltas denunció la legendaria obcecación comunista que de Moscú a París y de ahí a México agregó errores garrafales al fanatismo ideológico. Fue el crítico más radical y connotado de sus estrechas, pero implacables filas mexicanas. En vez de ejercer la autocrítica indicada por Marx, la dirigencia le aplicó las abominables tácticas disciplinarias adquiridas en la Unión Soviética, en pleno estalinismo. Él, en contrapunto, jamás reblandeció ni modificó su postura; más bien y hasta su muerte, a los 61 años de edad, refinó al activista y pensador inorgánico e incómodo que nunca bajó la guardia.
Además de sus escritos políticos en Excélsior y en revistas como Combate y Taller, donde dejó constancia de su antiestalinismo, fue un revolucionario autónomo “a su manera”: dogmático no obstante su gran cultura, y empecinado. Tras unos quince años de militancia devota, fue expulsado la primera de dos veces del Partido Comunista Mexicano, en 1943, por criticar su burocratización y sus excesos. Imprescindible para entender la bipolaridad del siglo XX, Ensayo de un proletariado sin cabeza, publicado en 1962 y seguido, dos años después, por su novela Los errores, son testimonios insuperables para entender, desde dentro, aquel nudo de fanatismo y sueños justicieros que anidó el radicalismo de derechas e izquierdas.
Desde su infancia peculiar, su alcoholismo legendario, la disidencia entremezclada a conflictos familiares, su paso las Islas Marías hasta las estancias carcelarias que inclusive alcanzaron a compartir, en Lecumberri, los detenidos del ´68, como ha recordado Luis González de Alba, su sola biografía contiene todos los elementos para realizar la gran novela política del siglo XX mexicano.
Originario de Santiago Papasquiara, Durango, nació el 20 de noviembre de 1914, mientras Venustiano Carranza ordenada trasladar la sede del gobierno a la ciudad de Córdoba, Veracruz, a causa del eventual enfrentamiento con los convencionistas. Hermano menor de Silvestre, Fermín y Rosaura, el celebrado talento de los Revueltas me llevó a buscar sus libros durante mis años estudiantiles. Descubrí un “carácter”, como diría Unamuno, y a partir de El luto humano, El apando y Los muros de agua no paré de leerlo, en mezcla de asombro y horror, hasta inmiscuirme en las entretelas del México saturnal, fiel a Huitzilopochtli y enmascarado, que de tanto en tanto nos espeta su ancestral y sanguinario síndrome de la culebra.
Autodidacta, escritor a vuela pluma, guionista, emblema de honestidad política e intelectual, fue incómodo tanto para sus correligionarios como para el sistema que lo engendró y persiguió desde 1929, cuando a unos días de cumplir los quince de edad fue detenido por participar en un mitin en el Zócalo. “Abandonado de la mano de Dios en una correccional” -como él mismo relató- se unió a una huelga de hambre, rechazó las inyecciones de rigor, impuso su liderazgo y se concentró en la lectura gracias a que se le permitió el acceso a los libros. Fusionado al significativo periodo que abarcó desde los orígenes del Maximato hasta el régimen de Echeverría, la historia contemporánea no puede explicarse sin él ni al revés. Y es que Revueltas, como en su hora Vasconcelos aunque desde perspectivas distintas, fue uno de esos escasos hombres que pudieron afirmar, sin temor a equivocarse, “yo soy la historia”.
Tras ser definitivamente expulsado del Partido Comunista Mexicano, fundó la Liga espartaquista de filiación bolchevique. Adoptó los cerrados lineamientos marxista-revolucionarios establecidos durante los últimos años de la Primera Guerra Mundial, en Alemania, por sus principales fundadores: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. No se atrevió a reblandecer sus posturas y tuvo que aceptar cuan imposible es mantenerse como un escritor rebelde y fiel a su autonomía moral y ceder a las exigencias disciplinarias del hombre de partido. Por tal contradicción, también fue expulsado del Partido Popular Socialista de Lombardo Toledano. Basado en su propia experiencia como autodidacta discurrió la “Autogestión académica” como una respuesta pedagógica al ostensible fracaso educativo del Estado. Hizo de su prosa una daga para rasgar la mentira del régimen totalitario. No revolucionó el lenguaje, a pesar de que entre autobiografía, testimonio y denuncia, creó su propia vertiente en las letras. En sus novelas y ensayos, guiones cinematográficos y conversaciones fluía un tono al rojo que haría más familiar y comprensible la lectura del escritor ruso Alexander Solzhenitsyn, autor de Archipiélago Gulag, porque desde sus circunstancias respectivas, ambos iban realizando sobre la marcha el gran espejo de la brutalidad estatal.
Perseguido y paradójicamente reconocido por el sistema que impugnó, José Revueltas fue de una complejidad y un radicalismo que no dejan de sorprender, tanto en la historia política como en la literatura. Solitario, acosado por el demonio del alcohol como sus hermanos geniales, marginado y condenado al ostracismo, gracias a la conmemoración del centenario de su natalicio van surgiendo en estos días datos, recuerdos, documentos y detalles inéditos que más y mejor lo presentan como el gran personaje del México dramático de la posrevolución que, como la revolución, murió con sus ideales, aunque dejó una larga sombra.
Por decreto presidencial se trasladaron sus restos a la Rotonda de los Hombres (ahora Personas) Ilustres, cinco años después de su fallecimiento, ocurrido en abril de 1976. Convertir oficialmente en “ilustre” al hombre y la memoria perseguida de uno de los más infatigables impugnadores del Estado parece irónico, pero así es la naturaleza de nuestra historia. Escritores comunistas hubo en Latinoamérica y el Caribe, pero sería Revueltas el último y más emblemático modelo del radicalismo duro que perdería significación con la caída del Muro de Berlín, en 1989 y “el fin” de las ideologías que, como e paso, dieron al traste con la izquierda mexicana.