Muchos y variaditos han sido los estilos mexicanos de gobernar. Invaluable ficcionario, éste es uno de los capítulos que merece ascender a las grandes letras. Desde el que rindió honores fúnebres a su pierna volada en Veracruz por una bala de cañón hasta la mano conservada en formol del “Caudillo”, que de estar años en una cantina pasó a objeto de culto cívico en uno de los monumentos emblemáticos de la CDMX…; o del más chabacano golpista Victoriano Huerta al “Jefe Máximo”, antecesor del patriarca consagrado inclusive por su popular costumbre -según informantes de primera mano- de perpetuar sus iniciales y las de las jovencísimas amadas de un día en corazones flechados, que él mismo marcaba en árboles michoacanos, no ha habido extravagancia, delirio, bajeza ni exceso sin tocar, hasta nuestros días.
Si repasamos las peculiaridades del dictador afrancesado “a la mexicana” que dejaría una larga, muy larga historia rematada con ríos de sangre o el destino errático del ingenuo “apóstol de la democracia” -un hombre de “buena voluntad” que ante su incapacidad de gobernar consultaba a los espíritus en medio del caos político y social-, no tendría por qué extrañarnos el muestrario que se balancea entre la profusión de “cráneos privilegiados” y esperpentos que, sobre su Tirano Banderas, maravillarían al mismísimo Valle-Inclán.
Observo la derrama de barbaridades y ocurrencias devastadoras del Mandamás neohabitante del Palacio Nacional y no se si reír o llorar por quienes aclaman su desvarío como acierto, confunden la justicia con venganza discrecional y el atraso con logro. Escucho juicios vejatorios, acusaciones infundadas, adjetivos ignominiosos y síntomas de un tremendo resentimiento social y me pregunto hasta cuáles consecuencias se ha degrado el presidencialismo, de por sí criticable. La figura del presidente ha perdido tanto respeto como autoridad y no se diga del daño causado por el abandono, siquiera formal, del “compromiso social de la Revolución”. Destruido el sustento de las instituciones, se dejó paso franco al cinismo y la perversión: santo y seña del mandatario que, con inocultable impudicia, impone su autocracia no como estilo de gobernar, sino feroz instrumento para manipular.
A punto de marcharse, el régimen del López Obrador quedará como el “tiempo del desprecio”. Desprecio al medio ambiente, a los enfermos, a las mujeres, a los que sufren, a los que aspiran a una vida mejor… Se cuentan las horas en que sexenio a sexenio los humillados sacan de sí toda la procacidad de que son capaces contra el gobernante de salida: el otro capítulo por escribir, el de los expresidentes…
Pienso que por algo muy perverso se ha ocultado con tanto celo a las mayorías no solo la historia, sino el presente y las máscaras que subyacen detrás de otras máscaras. Como desfile de escenas grotescas, evoco lo atestiguado, lo estudiado, lo inferido, lo conocido de cerca o de lejos… Ejemplos del natural surrealismo de nuestra sociedad, afianzado a partir de que la política y el ascenso del cine nacional coincidieron en la hora del espectáculo. En contraste con la psicología de las carpas y del culto a Resortes, Clavillazo y las danzoneras, hay que repasar el medio siglo para entender los contrastes y las cursilerías que tanto fascinan al hombre-masa: la popularidad de las telenovelas como espejo lacrimoso del machismo y del fracaso de la vida; luego, el contrapunto simbólico de “Pedrito” Infante, héroe de barrio encumbrado en “Nosotros los pobres”, y el boato -por fortuna olvidado- de las fiestas del Jockey Club, los bailes de las Debutantes o los muy célebres del Blanco y Negro, para que la remanente “aristocracia porfirista”, empobrecida pero “educada”, se amaridara con la nueva burguesía apeladada, pero enriquecida, de preferencia a costa del erario. De este modo, los primeros aportaban clase, nombre y formas y los otros el buen pasar anhelado durante el ascenso de las “sociedades anónimas”.
Con ejemplares más grotescos, ridículos o cantinflescos, no acabamos de registrar el surtidor de nombres y evidencias que puebla una historia del poder rocambolesca: compendio de desvaríos que se exhibe, en pleno siglo XXI, con lacras del Señorío, conflictos del XIX y vicios arraigados durante el XX, mientras la población sigue esperando que su amadísima e inconmovible Guadalupana cause el milagro de sacarla de su postración. Para nuestra desgracia y de tan asimilado, sin embargo, lo kafquiano es el referente de normalidad.
Hay que reconocer que el tremendo legado de extravagancias y excesos del poder faltaba este de la dizque Cuarta Transformación, que pasará a la historia como el “tiempo del desprecio”. Hasta donde sabemos, el que ya huele a saldo de cenizas ha sido el único régimen en que un mandatario actúa sin máscara y habla y actúa con toda la banalidad del mal de que es capaz. Desde el recinto palaciego con idéntica facilidad destruye el honor de las personas y demuestra su insondable desprecio a los intelectuales, los profesionistas, los empresarios, los pensadores, los periodistas independientes y a cuanto producto de la cultura del esfuerzo haya conseguido niveles de bienestar en medios ajenos al erario. Odiador de la cultura del esfuerzo, su versión de la pobreza acusa la carga de prejuicios con los que defiende la ignorancia como virtud. En realidad, se irá como ex presidente dejando tras de sí el odio a la vida y a los logros de la razón atizados durante la invaluable oportunidad que tuvo para actuar con grandeza. Pero no entendió, no supo ni pudo con lo que los griegos llamaban Ananké o la Necesidad. Eso que ha hecho, en pocas palabras, se llama burlarse del destino.
Zaherir, degradar a quienes no lo adulan ni se someten a sus caprichos, menospreciar lo distinto y ajeno, irse contra el conocimiento, en detrimento de la defensa del medio ambiente y los altos logros humanos es parte de su nefasta herencia que no será olvidada ni pasada por alto con facilidad. Ahora AMLO no lo sabe o no se considera acreedor de lo que aquí se reserva a los expresidentes. Lo sabrá en unos días. Remember Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto…. En fin recuerden a toditidos el día después.
Estamos en la cuenta regresiva. Aunque al filo crea tener a al títere a manipular, tarde o temprano se dará cuenta que sea quien sea que deba el favor, cuando se cruza la corbata tricolor y prueba las mieles del poder no reconoce deudas.
Ser ex presidente, pues: un episodio inédito de la tragedia mexicana que está a punto de repetirse.