Con asombro creciente, todos los días corroboro que “eso de ser mujer” se ha puesto de moda. ¡Qué curioso y qué barbaridad! No para todas, claro está, porque así de caprichosa es la vida: ciega para unas, generosa con las anodinas, grosera con las adelantadas, mezquina con las vanguardistas, cruel con las desobedientes, agradecida con las dóciles, desdeñosa con las amorosas, indiferente con las creativas, desorientada frente el talento, errática con las pensantes, cautelosa con las masculinizadas, en estado de alerta con las que ignoran distancias entre la singularidad y el espíritu de la tribu, abusiva con las que cargan el mundo en el lomo; insaciable con las generosas, pedigüeña con las bondadosas, tacaña con las necesitadas, dura con las rebeldes y diferentes; sonriente con las que disfrutan el sexo, temerosa de la belleza y de la indulgencia; agradecida con las cocineras, pero invisible con las que cuidan, barren y limpian la mugre ajena; frívola con las glamorosas, cruel con las viejas y solitarias, convenenciera con las que tienen gordas las alcancías y limadas las quince uñas; acomodaticia con las trepadoras, con las solícitas y enmascaradas que “no tienen carta aborrecida”, con las “tan bien dispuestas que igual sirven para un barrido que para un trapeado”, con las que no ven el ojo en la paja ajena porque todo vale y “todo está bien, todo está bien… y mejor si sacamos provecho”.
Hablando de categorías, no está de más recordar que hasta la propia vida teme a las brujas desde tiempos inmemoriales. Brujas diestras en el dominio de voluntades, parientas de la gorgona Medusa y administradoras del miedo que paraliza. A veces también la vida -arbitraria como ha sido y seguirá siendo- manda a arpías a gobernar, de preferencia a algún paisito bananero -como Nicaragua-, donde las fantasías revolucionarias adormecen a los pobladores y, sin chistar, quedan impávidos cuando atrapados por lo real. Entonces reina la pesadilla con su puño de hierro y como en el cuento de nunca acabar, otra vez hay que volver a empezar.
Pues si: la vida es la vida para todos, ¡faltaba más! Pero eso de repartir “lo que toca” bajo el criterio de cuotas de género es cosa que no acabo de comprender ni aceptar. Es más: me incomodan los repartos absurdos de beneficios al tanto por ciento para hacerse de puestos, candidaturas, dizque derechos que no son tales y sabe dios cuántas falacias por las que todos salimos perdiendo. Solo los tontos aplauden esta manera de danzar hacia atrás creyendo que van a zancadas hacia adelante. Cuentos, puros cuentos espanta bobos y distractores porque si algo está devaluado en medios atarantados y aplaude/ídolos es la aptitud de pensar, la urgencia de cuestionarse y dudar. La simulación de equidad, especialmente obvia en estos imperios de puritita desigualdad, nos ha llevado a repudiar la justicia porque, al deformarla, la hipocresía hace aparecer el engaño como virtud. Equidad agreste es lo que hay en estas modalidades mentirosas de género, en las que manipuladores y manipulados aportan sus respectivos engaños para convencerse y convencer de que, al modo de los augurios, nos llueven los logros.
Es innegable que lo que no falla ni se malogra es la versátil capacidad de discurrir artificios para legitimar la inequidad más primitiva, empezando por la pobreza en todos los niveles donde escasean o no hay ingresos para subsistir dignamente, la educación, la salud, el respeto, etc.: rubros que nos sitúan a las mujeres en el eje de la impotencia, del sufrimiento y de la imposibilidad de modificar un arraigado estado de sujeción que nada tiene que ver con la clase social porque si algo es verdaderamente democrático es la injusticia. Mejor legitimar el simulacro de equidad mediante el poder absoluto de unos y la conformidad de los otros. Así que, en lo que a mi respecta, desde que los numerosos y cada vez más laberínticos feminismos esgrimieron por todo lo alto nuevos modelos de ser mujer o de lo femenino “al gusto, para toda ocasión y mejor a dosis de furia”, me he quedado en la mismísima situación de desventaja de antes, salvo que en pasmo, en vilo, sin piso, sin el lenguaje compartido que fluye con naturalidad desde que la palabra habla y dice algo…
Me he quedado colgada del surrealismo sin que mi marginación habitual y la de millones de mexicanas haya percibido la noble intervención de la justicia y el acceso a las oportunidades vitales, conforme al derecho ciudadano en sociedades libres y democráticas. Así que -mujer de poca fe- eso de la equidad por cuota me causa tal escozor que me mantiene fiel a la dirección liberadora del revés, mientras la muchedumbre aborregada aplaude el disimulo creyendo de veras que sus oraciones han sido atendidas.
Me disgusta atestiguar que la cultura enmascarada no es una expresión cualquiera, sino intimidante seña de identidad, estigma o condena heredada por nuestros mañosos y taimados antepasados. ¿Logros feministas? ¿Y especialmente en política? ¿En lo cultural? ¿En los procesos electorales? ¡Bah! que los jefes de la tribu sigan administrando “cuotas de equidad de género” para arrimar obedientes, oportunistas, anodinas, cómodas y/o supeditadas a la Ley del único/uno en la burocracia y donde resulte; yo, solo me azoro. Así las cosas.