A veces dejo papeles en los libros y no se diga entre las páginas del diario. De repente regresan, por sabe cuál misterioso azar: ocasión casi mágica para volver al tema de la memoria y medir distancias recorridas. Al encontrar una larga carta de un acosador que -a mis veintipocos de edad- se tomaba la molestia de prevenirme sobre “los peligros del feminismo exagerado”, advertí que uno era el Fulano que yo recordaba como profesor y otro el que a su pesar se retrataba en la escritura. Autoproclamado defensor “del mejor socialismo”, se dijo “preocupado” porque advirtió en mí “una inclinación anarquista” de la que él me iba a salvar. Hombre de buena fe, entre revelaciones que aún me parecen ridículas y anticipadas de la 4t, insistía en “orientarme” para que a mi regreso a México “no fuera a caer bajo la influencia de falsos pensadores”.
Aprendí que en cada fanático de la izquierda habita un conservador domiciliario, temible y violento. No he conocido un ejemplo del revés; es decir, que un conservador confeso sea marxista o sus derivados en casa. Quizá del personal de derechas sabemos de antemano lo que es y lo que podemos o no esperar, a condición de no toparse con fundamentalistas, que nunca faltan. Estúdiese en cambio a los “memorables” miembros del extinto Partido Comunista no solo de México, sino de los ya publicitados de Francia o de cualquier país al azar, y a puños lloverán testimonios sobre la intolerancia pura y dura de la que José Revueltas, por ejemplo, fue una de las mayores víctimas: nada que envidiar a los inquisidores y nada que salve a los “herederos” y ahora defensores de nuevos y viejos totalitarismos. Válido para todo tiempo y lugar, fundamentalismos e ideologías son idénticas armas de destrucción y hay que evitarlas por todos los medios.
Como si me importara, el autor de la carta en más de una ocasión escribió que no pertenecía a ningún partido, pero que ni al caminar “elegiría dar vuelta a la derecha”. ¡Vaya! Ganas me dieron de responderle solo para preguntarle si tal bobera era un mérito, pero metí la misiva al libro en turno y allí se quedó hasta ahora, décadas después. En los últimos días, sin embargo, esas dos hojas me han llevado a cabilar sobre el pasado. Y es que la memoria, que tanto me ha fascinado, es un viaje a los orígenes y un estado del espíritu que dan sentido a nuestras vidas. Cualquier recuerdo -en este caso asido a una carta-, se abre en senderos que nos invitan a transitarlos. Éste remontó experiencias dentro y fuera de la UNAM, decisivas en la mujer de hoy. Papel en mano, el relato de mi memoria agregaba recuerdos reales o no tan verídicos, pero con la intensidad suficiente para enriquecer mi narrativa interior. No por nada sabemos que la memoria es una gran inventora: una chapucera que nos hace creer que lo ordinario es extraordinario y que nuestra visión del mundo, de los otros y de una misma es la que “sabe” que lo que es es como nos lo cuenta esta fabricante de recuerdos. La “otra memoria” es la documental que, cuando apoyada en la escritura, muestra un solo lado, aunque nos empeñemos en acomodarla con interpretaciones al gusto. Así que remonté el pasado con dos versiones de un episodio que, más allá de esta misiva/llave, intervendría de maneras distintas en mi destino.
Por otra parte, así de engañosos son los juegos del lenguaje, pues en una sola carta se podía deslindar al sujeto real del personaje enmascarado. Al tiempo son más visibles (y risibles) los arrestos de los que con más o menos fortuna presumían de intelectuales, vanguardistas, políticos y casi iluminados. Como el sujeto en cuestión, los miembros de la tribu de adelantados sabían lo que los demás ignorábamos. Le enmendaban la plana al más pintado. Por sus frases de golpe, dirigidas para discriminar y autoencumbrarse, los más populares eran reconocidos y celebrados por sus pares y mi generación. Al que le dio por perseguirme dictaba cátedra sin que nadie lo refutara. Actuaba de padre en tierra de huérfanos. A tono con el estilo de oídas que ha prevalecido en nuestro medio, vivió enganchado al castrismo/estalinismo. Previsibles, los aguerridos defensores de la izquierda, cuando ésta era una e identificable, ideaban una Latinoamérica aldeana, nacionalista, antiyanqui, asida al rencor y profundamente machista: simiente de la 4t que al parecer ha conseguido realizar el sueño de sus guías y antecesores. Durante el último tercio del siglo pasado era imposible sustraerse de la intervención de estos papones del comunismo tropical o más bien del socialismo a su manera que campeaba en los corredores universitarios.
El caso es que tan larga como reveladora, la misiva trasmutó en llave de la memoria. Sentí la adrenalina barriga arriba al recordar papel y caligrafía. Vi gestos y señas; reconocí palabras e identifiqué una violencia vieja, adherida al “espíritu de la tribu” que se niega a desaparecer porque es el nutriente del resentimiento social que nos domina. Volví a sentir el ánimo que privaba en el país que fue y que en gran medida sigue siendo, aunque hoy más encolerizado, más abatido, más desalmado e inmerso en ríos de sangre. Me pregunto si aquellos dueños de la verdad que agitaban conciencias habrían contribuido a este furor. Sospecho que el instinto de muerte que campea entre nosotros proviene de aquellos discursos encendidos por la flama de la Guerra Fría que, paradójicamente, se niega a desaparecer.
No creo que esta carta encontrada entre las páginas del primer tomo de Los orígenes del Totalitarismo fuera accidente del destino. Quizás necesitaba cerrar círculos y aceptar que no estaba equivocada al abominar de fanatismos e ideologías. Todo hablaba por sí mismo. Su discurso no difería del actual de unas izquierdas cada vez más imprecisas, degradadas e inclinadas a la autocracia. Su perfil también coincidía con el grueso de los defensores de la 4t: no hablaba ni leía más lengua que la propia; criticaba a los mejor formados, seguramente por envidia. Calificaba de “burgueses” a sus enemigos; hoy “fifís”, las clases medias que fueran el sustento del desarrollo con progreso, han sido degradadas a la categoría más baja de los indeseables…
Y todo -lo compruebo ahora- podría preverse y leerse en esa malhadada misiva.