Yo, como Alicia, he creído hasta seis cosas antes del desayuno. Una de ellas es nueva y tiene que ver con el tiempo, con la idea y las paradojas del tiempo. Es cierto que ayer y mañana pueden juntarse como una espiral que, para mi sorpresa, ahora se manifiesta en la forma del ADN: estructura de doble hélice que también estuvo en la curiosidad de Dalí. Antes del descubrimiento de este costal de secretos “que contiene las instrucciones genéticas usadas en el desarrollo y funcionamiento de todos los organismos vivos conocidos y algunos virus, y es responsable de su trasmisión hereditaria”, el misterio de la vida y de la enfermedad, así como el de la sucesión y la muerte, era del exclusivo dominio de lo oculto, que sólo la suprema revelación y Tiresias podían chismosear.
Empecinada en dar al traste con el lado oscuro y sus poderes inescrutables -antes resguardados por el destino y los dioses-, la ciencia está despojando de gracia y milagros a la ficción verdadera. De seguir esto así, hasta la fantasía puede a pasar a mejor vida. Sin embargo yo también, como Alicia en su aventura, ya estoy acostumbrándome a que suceda un montón de cosas raras. Eso de desenterrar al muerto en beneficio de listillos arropados por X heredera en ciernes, no me gusta nada. Supongo, además, que una orden judicial para escudriñar hasta la entraña del fiambre ha borrado la sonrisa de los que han vivido a costa de la obra de Dalí: marchantes, museógrafos, administradores, conservadores, restauradores… Y el batallón de etcéteras que hace de Figueras no sólo un centro comercial, sino el templo consagrado al Narciso más megalómano, publicista, original y surrealista de cuantos han existido.
Lo que hoy ocurre alrededor del cuerpo embalsamado es inaudito. Durante sus últimos meses de vida la prensa se encargó de detallar cómo dormía o no dormía, si comía o se deprimía mientras se dejaba morir, porque su Gala inseparable se le había adelantado. Cada palabra, eructo, lamento u ocurrencia fue oportunamente anunciado a ocho columnas, al grado de que lo que acontecía en su lecho de enfermo era del dominio público. Supimos así, en los cinco continentes y de manera simultánea, que adoraba a Wagner y que falleció el 23 de enero de 1989 oyendo su Tristán e Isolda.
Desde entonces yacía cual santo en urna, en la cripta aledaña a la iglesia de San Pere, donde había sido bautizado y recibido la Primera Comunión. Amante de celebraciones rituales y de símbolos, eligió este sepulcro en su monumental Casa-Museo de Figueras, antes teatro, a unos pasos de su casa natal, que por reciente orden judicial ya fue profanado.
Por absurdo y desmesurado que se juzgue, el episodio supera la imaginación y el sin sentido de Lewis Carroll. Está más próximo a la bizarra invención de Mary Shelley que a la cuestión genética que ahora ha vuelto a convertir en noticia a Salvador Dalí. Pero así van las cosas en este mundo del revés, tan dominado como está por la codicia, el consumismo y las rebatiñas económicas. Inclusive la ley participa del novedoso juego de sacarle tantos por ciento a la herencia del ingenuo embalsamado.
Y todo esto porque él, en su hora, eligió acartonarse como momia egipcia, en vez de reducirse a ceniza para morir del todo y morir completo. Por vanidoso creyó en la tramposa “pequeña eternidad personal” que a todos burla, sin distingo de jerarquía. El sapo le brincó, sin embargo, donde menos supuso: en la tenaz y supuesta única heredera “legítima” de sus bienes quien, hará unos diez años, comenzó a salir de la nada –o de la panadería donde trabajaba- para reclamar el patrimonio que “para evitar tensiones entre el Gobierno central y autonómico” el más famoso habitante de Figueras testó a favor del Estado Español, como heredero universal de su obra.
Falta por ver si, de ser positiva la prueba de paternidad, el Estado le suelta parte del patrimonio a la actual pitonisa/lectora de cartas. En riesgo se encuentra también La Fundación Gala-Salvador Dalí, de carácter privado y creada por el propio Dalí a fines de 1983, de la que dependen la gestión de varios museos y sus exposiciones respectivas; es decir, el Teatro-Museo Dalí, en Figueras, el Dalí-Joyas, en Figueras, La Casa-Museo Salvador Dalí, en Portlligat y la Casa-Museo Castillo Gala-Dalí, en Púbol, a la sazón, sede del Patronato de la Fundación. Por lo que está en juego, no se trata, por consiguiente, de una anécdota más del extravagante artista que tanto gustara de provocar y escandalizar para vivir como permanente foco de atención.
Una cosa queda en claro: el surrealismo continúa sorprendiendo. Ahora le aparece/desaparece una hija/pitonisa a Dalí y, como el gato de Sheshire, nos ofrece una gran sonrisa sin gato. Que engendrada hace décadas con la criada/niñera de sabe Dios dónde, al pintor Fortuna le revira una de sus afirmaciones más frecuentadas: “Nunca estoy solo. Tengo la costumbre de estar siempre con Salvador Dalí. Créame, eso es una fiesta permanente.” De resultar positiva la demanda de la sexagenaria Pilar Abel, “muy conocida en Gerona, donde vive hace 27 años y como adivina de la tele local Gi TV se hace llamar Jasmine", toda la historia, el patrimonio y el comercio en torno de la obra en cuestión sufrirán una sacudida inimaginable.
A modo de ejemplo, la prensa ya adelanta datos como éste: a la muerte del pintor, unas 4,000 piezas registradas se valoraron en 5,000 millones de las pesetas de 1984. A su muerte los precios se dispararon de tal modo que en 2011 un solo cuadro se vendió en Sotheby’s en 15,9 millones de euros. Un dato nada desdeñable para esta tenaz huérfana en busca de sus orígenes a quien, a los 8 años de edad, le dijo su abuela materna que ése, el de retrato, era su padre. Que desde entonces se quedó traumada –ha dicho recio y quedito a toda la prensa-. Pasados 50 años, por fin se atrevió a preguntarle a su madre si era verdad, pero no recibió una respuesta precisa porque la mujer, con quien se llevaba bastante mal, estaba enferma de Alzheimer.
Con todos los ingredientes para un gran culebrón, la historia está servida: la hija ignorada, con un pasado más que modesto y sufrido a cuestas, que desafía al poder, la lucha de clases y aun lo insólito para enriquecerse por un hecho fortuito. El destino, otra vez, nos sorprende. Es el destino, siempre el destino el que supera con creces la más sofisticada de las ficciones.