Por una fuente de primera mano supe que al menos al publicar La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente y Cambio de piel, Carlos Fuentes escribía sus propias entrevistas y las distribuía a discreción con nombre falso. Agregaba mi informante, con la malicia del testigo con algo de envidia, que el aún joven autoentrevistador era buen amigo de Fernando Benítez y tenía derecho de picaporte en la Revista Mexicana de Cultura del diario El Nacional, pero sobre todo en el popular suplemento México en la Cultura, inserto semanalmente de 1949 a 1961, en el periódico Novedades. Acaso cierto, Fuentes era muy listo y no estaba desencaminado respecto del perfil que deseaba para sí, salvo por usar nombre ficticio del supuesto entrevistador: hubiera sido innovador firmar él mismo lo que tenía que decir porque sabía cómo hacerlo y no ignoraba que entre la improvisación y los lugares comunes de un género tan poco logrado en México es milagroso dar con quien investigue, tenga cultura, buena pluma e imaginación, además de conocer la obra del interesado. De hecho, por sus habilidades sería de los pocos que podía elegir dialogantes, críticos y divulgadores de su obra, de preferencia extranjeros.
La anécdota me pareció más curiosa cuando una escritora tan respetable como Ulalume González de León, cuya obra conocía, me pidió firmar una larga autoentrevista, quizás para la revista Vuelta. Le recomendé mejor publicarla como “Ulalume por ella misma”, según la costumbre francesa (o “Ulalume como Alicia”, por su identificación con la de Carroll). Enfureció. Negarme a servir de presta nombre dio al traste con nuestra incipiente y de por si frágil amistad, iniciada al filo del declive de sus últimos años.
Como escritor, Carlos tenía buena estrella. Nunca como alrededor del medio siglo gozaron de buena salud y prosperidad la literatura y los autores mexicanos: teatro, crónica, poesía, novela, ensayo, traducciones… Pensamiento y ficción florecían a un ritmo esperanzador en “Nuestra América”, como Alfonso Reyes la gustaba llamar. Con un Fuentes pujante, dispuesto a todo y empeñado en liderar “la nueva literatura latinoamericana”, como escribiría a propósito del Boom, imperaba la Guerra Fría mientras nacían a puños los baby boomers bajo la promesa de la movilidad social, derivada de la cultura del esfuerzo y del bienestar. Apenas se vendían ediciones de 2 mil ejemplares. La minoría de amantes del libro y del cine leía periódicos, revistas y suplementos que bajo el absoluto control gubernamental de la prensa y la distribución del papel, sobrevivían con bajísimos tirajes hasta casi el final del siglo.
De esa tradición llena de limitaciones pero con buenas cabezas descendemos las demás generaciones de escritores. Lejos de enriquecer sustancialmente el periodismo cultural, el género se ha empobrecido cuanto más conocimiento e idiomas tenemos a la mano en el México súper poblado. No fluyen como entonces los vasos comunicantes entre el periodismo, las letras, el arte y el pensamiento. La multiplicación visible y casi escandalosa de “autores al calor de la estufa” que tanto han proliferado en el siglo XXI desdeña la aspiración de una gran cultura anhelada por los miembros del Ateneo de la Juventud en general y Alfonso Reyes y José Vasconcelos en particular. Tal vez este empobrecimiento intelectual confirma que el talento, la creatividad y las individualidades no tienen que ver con la trillada democracia, sino con el reparto inexplicable y casi metafísico de dones que, eso sí, deben ser cultivados por quienes los reciben.
Como el Quijote, Fuentes pudo haberse dicho a sí mismo: Yo se quién soy. Decidido a cumplirlo, supo dónde estaba parado, qué hacer, cómo y entre quiénes moverse. Su biografía revela que diseñó los pasos a seguir para ser reconocido como el cosmopolita que fue. Lo pienso a propósito de las Ocho entrevistas inventadas de Enrique Vila-Matas, quien relata en El País que emprendió este ejercicio cuando joven y aún ignorante del inglés, pero formidable e imaginativo lector. En 1968 le encargaron la traducción de una entrevista a Marlon Brando y, a sus 20 de edad, se la inventó para no perder el trabajo. Nadie lo notó ni reclamó el fraude. Lo demás sería la historia de este excelente escritor.
En esta suerte de metaperiodismo no veo grandes diferencias entre el Fuentes que finge un nombre para mostrar al sí mismo que desea ser reconocido y el Vila-Matas que “por necesidad” fantasea al otro, entreteje sus propias palabras, se va inventando a sí mismo reinventado al otro y, a fin de cuentas, prefigura en aquellas fakes las líneas originalísimas de su estilo, en el que fusiona ensayo y ficción para crear mundos alternativos.
El barcelonés tenía arrestos desde entonces. A la de Brando seguirían sin protestas otras fakes o entrevistas intervenidas a propósito de Nuréyev, Burgess, Castoriadis, Patricia Highsmith, Juan Antonio Bardem y Rovira Beleta. A “toro pasado”, ahora se aplaude a Vila-Matas. Ante libro tan peculiar que sin duda leeré, lectores como yo entendemos mejor la tentación de “recrear”, componer a medida e inclusive convertir en personajes a personas que por casualidad se atraviesan en nuestro destino.
Inclinada a comparar, creo más difícil lograr una gran autoentrevista, como las de Fuentes, que las inventadas de Vila-Matas. En cualesquiera de los casos, sospecho que de la pregunta o premisa certera depende el acierto de la respuesta. En mi caso, con los que me gustaría dialogar (Sebald, Yourcenar, Schwob, Zambrano, Steiner, Calasso, Dinesen…) por desgracia están muertos.