Martha Robles

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La sociedad y sus letras

Laberinto de espejos. s/a, hallado en la web.

La sociedad se movía sin rumbo donde, paradójicamente, la peculiar y autosatisfecha generación clasemediera del medio siglo apodaba “la región más transparente” al hábitat que, en fuga del pasado, daba zancadas hacia el espejismo de la modernidad. Eran años en que los nuevos ricos, a quienes “les había hecho justicia la revolución”, disfrutaban de lo lindo los goces y los días enmascarados. El título de la novela de Carlos Fuentes no fue casual, sino contrapunto y complemento simbólico de la ambigua traza  de “lo mexicano”: búsqueda, siempre infructuosa, inaugurada en Visión de Anáhuac por Alfonso Reyes. Original registro de asombros,   Reyes exploró el antes al filo de la historia desde la mirada “del otro”, el que llegaba a esta tierra inimaginada. Escribió este hermoso texto en 1915, quizás para hacer soportable la añoranza del yo que se iba en dirección contraria de los conquistadores porque, acaso etiqueta maldita, dejó esta fatalidad a modo de despedida: “para mi, la historia de México es un hecho de sangre”. La fecha sería tan significativa del cambio como el 1958 parodiado por Fuentes en pleno alemanismo: régimen fortalecido por la Guerra Fría, cuya brumosa bipolaridad duraría hasta 1989, gracias a la caída del Muro de Berlín y el subsecuente advenimiento del nuevo orden mundial, en cuyas oscilaciones México continúa entrampado, porque no halla su lugar.  

Así como Pedro Páramo y sus muertos continúan vigilantes en el llano miserable, reconocemos el hueso de nuestra cultura y la temperatura de los tiempos en unas cuantas letras. El país y sus vicisitudes se infiltra en páginas reveladoras de la Bola y la incursión de Martín Luis Guzmán en las entretelas del Poder/Poder que, dominado aún por el espíritu rural y en revoltura de caudillos y caciques, desencadenaría la violencia mestiza, cuyo caos no pudieron frenar ni los constitucionalistas. Y una misma y honda brutalidad, reprimida durante los siglos coloniales aunque adherida a la médula, se expresaría de modos distintos hasta “normalizarse” en la actual vida cotidiana que se niega a abandonar la maldición de que la historia, en México, “es un hecho de sangre”, ahora en manos de otros criminales, también impunes.

Respiramos el acoso y la brutalidad en las obras de José Revueltas. Persiste la crueldad al parecer indivisa del talante mexicano, que Ricardo Garibay  -con fiera tinta- trasmitiría mediante su obsesión por las putas, el box y el machismo exacerbado. Ni qué decir de lo que disfraza el delirio inseparable de Elena Garro o sobre la parodia clasemediera del propio Fuentes, tambaleante hasta el final de sus días entre la tentación cosmopolita y la fascinación local por la chabacanería  y la perversidad: acaso símbolo dual de la muy mexicana fantasía de encontrarse dizque en plena transformación, ahora elevada a máscara del poder absoluto.

Aun para alejarse o rasgar la imposibilidad de ser en una hora de intolerancia sin fisuras, como el caso único de sor Juana, la literatura, cuando de verdad, se eleva a arte de correspondencias entre el mundo del escritor, el reconocimiento del lector y la pertenencia al medio que lo dota de sentido (o de sin sentido). La versatilidad literaria no prescinde de un revés y un derecho; es decir, entre sus grandes logros -como el Quijote- se cuenta la habilidad para desvelar lo que está más allá de lo aparente, en la médula que hace que una cultura sea como es. Tal peculiaridad nos permite, gracias a Kafka, entender cómo se iba deslizando el fascismo  de adentro afuera hasta estallar, sin que él mismo lo viera porque se lo llevó antes la muerte, en la espantosa sinrazón del Holocausto. Insuperado todavía, Octavio Paz también comprendió el signo del medio siglo: le arrancó el velo a lo inmencionado y dejó al descubierto el laberinto ultranacionalista y exótico de soledades ruidosas.  Laberinto que aún se niega a ponerle rostro y palabras a este enredo de razas y culturas. En las correspondencias, por consiguiente, están las claves para incursionar de lo individual a lo social y a la inversa. Por ejemplo, entiendo por qué era imposible que María Zambrano,  un espíritu que brillaba como sus Claros del bosque, se quedara en México: ningún punto medio en talantes tan inconciliables. Enviada a Michoacán, donde supuestamente viviría como transterrada, en cuanto pudo hizo estaciones hasta asentarse en Italia, donde nunca más posó su mirada ni su memoria en esta experiencia.

Leo a Yourcenar en las nada metafóricas vueltas por su cárcel y la comprendo a ella y los tránsitos de Europa. Así respecto de Steiner y sus hallazgos o los de Cervantes en el memorial de derrotas individuales y de la corona. Descubro el más alejado Japón especialmente en el contrapunto Kawabata/Mishima. Esto, porque así como Grecia subyace en la tragedia, también el México nervioso que no acaba de definirse ni reconocerse asoma la cabeza en unas cuantas obras de la todavía joven literatura. Tan joven y desbalagada que sigue en proceso de construcción. Acaso por eso aturrulla el montón de tentativas y aventuras fallidas, aunque se salva por sus contados y memorables aciertos.  

Volviendo al Fuentes fascinado por el Balzac que “llevaba en la cabeza la sociedad entera”, reconozco que no consiguió, como hubiera deseado, La comedia humana, pero entre La región más transparente y Cambio de piel permanece  un México tan bizarro como en su hora el retrato de una realidad que, aun sin madurar ni definirse, exhibe síntomas de decadencia, como la Francia decimonónica de Balzac. De hecho y sensible al panorama social y cultural de este peculiar régimen que se auto proclama grandioso, me asombra que un hombre tartajeante y grosero se crea artífice de una hipotética cuarta transformación, solo porque ante la indiferencia popular y desde el poder se atreve con la demolición de instituciones y el caprichoso dominio de la ignorancia masiva.

Busco correspondencias entre las letras y esta sociedad deshechurada  y no hallo espejos confiables ni aproximaciones de la sociedad entera; es decir, nada emparentado a las aspiraciones de Fuentes/Balzac. Tendrán que aparecer voces, prosas, personajes, contextos y reflexiones en otra realidad social. Con suerte y talento tales vasos comunicantes harán entender a nuestros descendientes de qué se trataba este laberinto, cuyo subsuelo estaba tan sembrado de cadáveres que la población decidió mejor voltear para otro lado para hacer soportable su mediocridad.