Ablación genital femenina
Llamada también cliteridectomía, es la mutilación parcial o total de los genitales femeninos. Estamos ante una de las más antiguas y arraigadas expresiones de violencia machista que afecta a millones de mujeres, sin distingo de educación ni clase social. De procedencia feminista, las denuncias ya ocupan un lugar destacado en la lucha por los derechos humanos. Sin embargo y por abominable que sea en fondo y forma, esta práctica está lejos de ser erradicada, a pesar de las muestras occidentales de repudio y de campañas cada vez más incisivas para abolirla, en muchos casos comandadas por las propias víctimas con estudios universitarios. En Irán, por ejemplo, las médicas insisten en que, ante la imposibilidad de disuadir a las madres subyugadas, al menos lleven a las hijas a hospitales para realizarles la “cirugía” en condiciones higiénicas y menos gravosas para su salud y su psicología.
Los movimientos migratorios de Sur a Norte y de Este a Oeste han contribuido al despertar de Occidente y, en consecuencia, a ampliar medidas para concienciar, normalizar y sancionar con severidad este delito. El fenómeno está asociado a los matrimonios forzados de menores de edad y, en consecuencia, a los embarazos tempranos y de alto riesgo. No obstante el rigor con que la Comunidad Europea enfrenta legal y socialmente esta monstruosidad, no se ha ganado la batalla para erradicarla, pues son infinitas las artimañas de los inmigrantes –en complicidad con sus dirigentes religiosos- para burlar todas las prohibiciones. Enmascarado o no, es frecuente el recurso de los padres que procrearon en Inglaterra o en Alemania, por ejemplo, de llevarse a las hijas a sus comunidades de origen, por la fuerza o engaños, cuandoalcanzan la pubertad y en aptitud de negociar sus matrimonios. La primera menstruación, en todo caso, es el límite de edad para que mutilen a estas infortunadas en sus aldeas que, para colmo, se encuentran atrapadas entre dos culturas.
Inseparable de creencias primitivas y de ritos tribales étnicos y preislámicos, la ablación es moneda corriente en varios países de oriente –Afganistán, Kurdistán, etc.-, y, como dijimos, en gran parte del continente africano. Inseparable del patriarcado que perdura en el inconsciente colectivo de millones de hombres y mujeres aferrados a la inmovilidad ancestral, se ostenta como cifra de pertenencia e identidad social, prestigio y aval de confiabilidad sexual femenina.
La ablación procede de un cerrado sistema de valores e interpretaciones fijas respecto del matrimonio, la belleza y el prejuicio de que evita enfermedades terribles a las mujeres. Quienes la practican, tanto bajo forma común de corte o la no menos salvajeopción de secar el clítoris, además la consideran un alto atributo cultural y prueba inequívoca de la fidelidad femenina toda vez que, mutilada de sus labios genitales mayores y/o menores, cancelan su posibilidad de disfrutar el coito y experimentar orgasmos. En el Norte de África, el 95% de las mutiladas está impedida de experimentar satisfacción sexual, aun en los casos en que se les ha “secado” con detergentes, sal o ácidos. Hay clanes que reconocen una estética peculiar en el excitante contoneo de la infibulada al andar.
Aunque en numerosas sociedades africanas y orientales ya esté penalizada la ablación, las familias más ignorantes hacen caso omiso de las normas. Es una costumbre tan arraigada a sus creencias, que, lejos de considerarla vejación extrema, tortura y brutalidad machista, las propias mujeres se encargan de perpetuarla, satisfacer sabe dios cuáles fantasías populares.
El brutal corte del clítoris puede ser total, parcial y de los labios genitales mayores y menores. Es tremendamente doloroso y peligroso, aun en los casos en que se hace “sin quitar mucho”. Forma parte de los mecanismos más lucrativos de opresión femenina ejercido indistintamente por un barbero, una matrona o las mujeres de la familia. La intervención médica o sanitaria es tan inusual como el auxilio de medicamentos para reducir el dolor, evitar hemorragias y combatir infecciones, con frecuencia letales y causadas, además, por una obvia falta de asepsia.
Los instrumentos suelen ser desde navajas afiladas hasta las herramientas con que se esteriliza al ganado o se arregla un par de sandalias; es decir, cualquier fierro cortante, daga o cuchillo sirve para extirpar “un resto indeseable de la personalidad masculina que ha de ser eliminado del cuerpo femenino”. De no hacerlo –aseguran- se convierte en un “dardo” que con sólo tocarlo puede causar la muerte del marido o, en su defecto, mutar a la larga en pene primitivo, defectuoso e infecundo.
¿Qué mentalidad o imbecilidad extrema puede suponer que los órganos femeninos trasmutan en miembro masculino? Todo es difícil de entender. Pero más difícil es convencer a los padres de los riesgos e inconveniencias fisiológicas y mentales porque, aunque la propia madre haya sido víctima y padezca sus tremendas consecuencias de manera vitalicia, sostienen esta infamia por estar convencidos de que son mayores los beneficios que los problemas por no hacerlo, empezando por el rechazo de los demás, lo que recuerda la reflexión de Voltaire sobre la intolerancia que, en realidad, iguala a los brutos en el error.
Esencialmente tribal, esta tradición tiene su origen en un antiguo y confuso rito iniciático. Se realiza entre mayorías secularmente asentadas en Egipto, Sudán, Senegal, Somalia, Nigeria, Mali, Gambia y otros tantas –28 en total-, poblaciones africanas. No se debe atribuir exclusivamente a mandato islámicoya que el Corán no sólo no toca el tema de manera directa, sino que algunas minorías no musulmanas como aministas, judías ycoptas cristianas también la comparten en regiones varias. De algo –no obstante poco e insuficiente- ha servido la indignación mundial ante práctica tan salvaje, aunque en caso alguno haya podido evitarse, inclusive entre inmigrantes avecindados en Europa y los Estados Unidos, donde está condenada cualquier forma de violencia machista, empezando por la mutilación genital.
Numerosas ONG, lideradas por la Organización Mundial de la Salud, intervienen en pueblos involucrados para prohibirla, sancionarla y elevarla a propuesta estatal. A la par, se llevan a cabo amplias y constantes campañas de educación y compromiso social a favor de la integridad sexual de niñas y mujeres que empiezan por las matronas, a quienes se ofrecen alternativas para sustituir sus malos oficios y conservar sus ingresos.
En este tiempo de infamias, las mujeres siguen siendo las mayores víctimas de las peores bajezas de que es capaz nuestra humana condición.